La emigración puertorriqueña

La situación política de la isla como colonia estadounidense y como Estado Libre Asociado a partir de 1959 repercute decisivamente sobre la emigración puertorriqueña. Para la administración norteamericana la causa fundamental de la deprimente situación económica de la isla en las primeras décadas del siglo XX era la superpoblación por lo que se instauraron medidas que propiciaban la emigración a Estados Unidos. En las primeras etapas, esta emigración se dirige especialmente al noreste del país y más concretamente a la ciudad de Nueva York, donde ya a principios de siglo reside una pequeña comunidad puertorriqueña. Podemos distinguir tres fases principales de la emigración puertorriqueña:

La primera fase transcurre entre 1830 a 1860. La salida de la isla se produce por la necesidad de promover enlaces comerciales, de modo que los emigrantes suelen estar relacionados con el comercio además del gran número que manda a sus hijos a realizar estudios empresariales en Estados Unidos. El número era lo suficientemente elevado como para que se publicaran en esa fecha dos periódicos en español. La segunda fase abarca desde 1860 a 1900. Tras las revueltas de “El Grito de Lares” y la represión de los rebeldes, muchos escogieron Estados Unidos como refugio donde poder evitar a las autoridades españolas. En Estados Unidos ya existía una tradición de exiliados políticos como José Martí que gestaban movimientos independentistas. Allí se reunieron muchos pensadores y políticos que perseguían la independencia de Puerto Rico. Estos exiliados pertenecían en su mayoría a la clase media-alta y comenzaron a establecer una residencia permanente tras fundar asociaciones y organizaciones.  La tercera fase se extiende desde principios del siglo XX en adelante. A partir de ahora los emigrantes también provienen de otras clases sociales y con distintos niveles de formación, entre los que se encuentran en los primeros años un buen número de trabajadores independientes como los tabaqueros. Un cambio fundamental es que a partir de estos años las razones que inducen a la emigración van a ser eminentemente económicas como resultado de los cambios que la economía isleña está sufriendo. Por ejemplo, el cultivo del café, que era el cultivo tradicional, se ve sustituido por el cultivo extensivo en latifundios del azúcar. La instalación de empresas norteamericanas que tienden a monopolizar estos cultivos además de introducir un nuevo tipo de economía industrial hace que los pequeños cultivadores pierdan progresivamente poder y se vean obligados a emigrar a la ciudad, donde tampoco hay trabajo para todos.[1]

La socióloga Virginia Sánchez Korrol en su estudio From Colonia to Community. The History of Puerto Ricans in New York City viene a corroborar que los factores que empujan a la población a emigrar son ante todo de índole económico:

 

The search for economic opportunity once again became the motivating factor propelling numbers of Puerto Ricans to migrate, first to the island’s urban centers and then across the ocean. The internal migrant in Puerto Rican cities often became part of a pool of unskilled labor working for low wages, and family earnings were frequently supplemented by women’s work. Chronic unemployment seasonably rose to alarming levels. The pressure of a labor surplus created a group geared for emigration. (28)

 

Los primeros puertorriqueños que emigran a Estados Unidos se concentran casi exclusivamente en el área de Nueva York y más específicamente en Spanish Harlem. Por esta razón las primeras colonias se encuentran localizadas en zonas geográficas muy concretas donde se comienza a gestar un sentimiento de identificación con tal espacio. De 1900 a 1918 se produce un periodo que podríamos llamar de llegada y asentamiento. De 1918 a 1922 se suceden las primeras iniciativas sociales y se desarrolla demográficamente esta población ya instalada en el Barrio. De 1922 a 1924 se establecen las primeras asociaciones y se fundan organizaciones de puertorriqueños. A partir de 1925 se abre un periodo de consolidación del Barrio como espacio urbano de carácter étnico cuya densidad de población puertorriqueña lo convierte en gueto con todas sus implicaciones negativas y positivas. Entre los aspectos positivos del desarrollo del Barrio se encuentra la presencia del español como lengua afectiva de comunicación, que se conserva dentro de sus límites. Por otro lado, también empieza a surgir una economía interna en torno al sector comercial con la presencia creciente de establecimientos regentados por puertorriqueños como las bodegas, los restaurantes, las pensiones, botánicas y pequeños comercios. La clase intelectual también se nutre de la existencia de manifestaciones culturales de una población puertorriqueña que comienza a crear su propia historia en terreno estadounidense. La música se desarrolla igualmente, a la vez que se ve influida por corrientes musicales étnicas de otras culturas latinoamericanas. Sin embargo, esta primera generación se encuentra aún demasiado pendiente del trabajo y de las condiciones económicas para poder desarrollar una literatura de peso, de modo que los primeros intentos se limitan a ser testimoniales para llamar la atención sobre su creciente presencia en suelo norteamericano.

A finales de los años cuarenta y la década de los cincuenta comienza la gran oleada migratoria. Los recién llegados se encuentran con una comunidad plenamente consolidada y ésta es la razón fundamental de que el Barrio sea el lugar de destino preferido. Aun así, para la mayoría de los emigrantes puertorriqueños asentados en el Barrio, Puerto Rico sigue teniendo una fuerte influencia ya que, si bien nunca han vivido en la isla, los orígenes son un punto primordial de apoyo para esta nueva generación ―que mantiene la necesidad de saber de dónde viene uno y quién es―. Puerto Rico sigue siendo la patria para todos ellos aunque comienzan a experimentar los problemas de sentirse ligados a un espacio en el que no han vivido pero con el que tienden a identificarse. En esta época surge también la leyenda negra sobre la población puertorriqueña, puesto que la llegada masiva de una nueva población extraña y con una lengua diferente crea tensiones raciales. Se reproducen los estereotipos de la población puertorriqueña, asociada con la falta de higiene, la ociosidad, violencia, promiscuidad y tendencia a actividades delictivas.[2] Para aliviar de algún modo los conflictos raciales en los guetos se estrena la obra West Side Story. Lejos de beneficiar a la comunidad, el musical perpetúa aún más los estereotipos sobre los hombres y mujeres puertorriqueños.[3] La situación social y económica de la comunidad empeora progresivamente y propicia la formación de organizaciones que denuncian la situación en el gueto.

A mediados de los años sesenta también se aprecian nuevos puntos de destino para los emigrantes puertorriqueños, los cuales comienzan a ocupar otras zonas del país como el suroeste norteamericano (California), el medio oeste (Ohio, Michigan) y el sur (Florida). Sin embargo, sigue existiendo un alto porcentaje de emigrantes que prefiere la zona del noreste estadounidense, es decir, Nueva York y sus alrededores. También se hace más común el viaje constante entre la isla y el continente gracias al abaratamiento de los billetes de avión que facilitan de este modo, un contacto permanente con la isla. Este hecho ha propiciado que aparezcan términos como el de commuter nation que hacen hincapié en la relación estrecha que existe entre ambos espacios geográficos para la comunidad puertorriqueña.[4] Si bien es cierto que las nuevas generaciones de puertorriqueños tienden a viajar mucho menos a la isla que sus progenitores, a los que aún les ata un fuerte vínculo emocional. Durante los años sesenta, la comunidad puertorriqueña sufre un empeoramiento en las condiciones de vida en el Barrio. Impulsados por otros movimientos pro-derechos civiles, especialmente el afro-americano y chicano, se comienza a organizar un movimiento social en las comunidades puertorriqueñas que denuncian la pésima situación del Barrio y exigen soluciones a las autoridades. En 1969 se constituye la organización de los Young Lords en Chicago, compuesta por un grupo de jóvenes activistas que forman una coalición con otras organizaciones como los Black Panthers.[5] La sección de esta organización en Nueva York se radicaliza y funda un partido político, The Young Lords Party, de ideología marxista que persigue mejoras sociales a través de la protesta en las calles y movilizaciones de la población.[6] Sus demandas se basan en el reparto desigual de las oportunidades en el sistema norteamericano que prosperaba a costa de mantener a la población hispana y afro-americana en los puestos más bajos, en la marginación social y racial de los guetos.

En esta época surge el término nuyorican. Nueva York es de hecho en los años sesenta el núcleo más importante de población puertorriqueña y por ello se utiliza en un principio en la isla con connotaciones negativas para referirse al emigrado puertorriqueño que vuelve a la isla mostrando cambios en su comportamiento, forma de hablar y costumbres. Desde la isla se les considera vendidos a la cultura norteamericana y traidores al español. En Nueva York, y de forma similar a como se produce la apropiación del término chicano por parte de la comunidad de origen mexicano en el suroeste del país, se adopta el término nuyorican como reacción al rechazo que los isleños manifiestan contra ellos y como término de autoafirmación en el espacio norteamericano.[7] Así, el término adquiere significados distintos según el individuo que lo utilice. Para los habitantes del Barrio que ya se han identificado con el espacio neoyorquino y con la comunidad emigrada, el término es definitorio de un nuevo ser puertorriqueño, producto de la experiencia de la emigración en la sociedad norteamericana. Los años sesenta y setenta son realmente años de gran actividad en la comunidad puertorriqueña de Nueva York aunque también es una época en la que se consolidan otros grandes núcleos de población puertorriqueña en todo el país, especialmente en el noreste, medio oeste y California.

En las últimas décadas, la población puertorriqueña se ha vuelto mucho más heterogénea. Por un lado existe un gran número de puertorriqueños de clase social alta que han optado por vivir en Estados Unidos buscando una mejor calidad de vida. También encontramos aquellos que llevan generaciones en el país y que poco a poco avanzan en la escalera social mientras los recién llegados siguen ocupando los puestos más bajos en el mundo laboral y luchan por sobrevivir en barrios donde se concentra la población puertorriqueña de la clase obrera.  De algún modo todos estos grupos responden a diferentes etapas de la historia reciente de la isla y de las consecuencias históricas que han propiciado tal desplazamiento. Como podremos comprobar, la producción artística y literaria ha sido fiel reflejo de las transformaciones que la isla ha sufrido en los últimos siglos. La situación política de la isla ha hecho que aún hoy sigan repitiéndose los mismos temas.


 

[1] Esta situación se recoge en numerosas obras literarias sobre la época como La Charca de Manuel Zeno Gandía, La Carreta de René Marqués y otras más recientes como Balada de otro tiempo de José Luis González, The House on the Lagoon y Eccentric Neighborhoods de Rosario Ferré.

[2] Tomése como ejemplo la visión estereotipada que se crea en los medios de comunicación. Richie Pérez explora el poder de discriminación de estos medios en su artículo “From Assimilation to Annhilation: Puerto Rican Images in U.S. Films” donde analiza obras periodísticas y películas de los años cincuenta y sesenta.

[3] El impacto que tuvo esta obra y su homónima cinematográfica es analizado en el brillante artículo de Alberto Sandoval Sánchez “West Side Story: A Puerto Rican Reading of ‘America’” donde concluye con la idea: “the drama articulates a binary and hierarchical opposition of power relations, and this binarism establishes the dominant paradigm of the musical film: Jets/Sharks; U.S.A./Puerto Rico; Center/Periphery. Even the following binary oppositions can be read: Empire/Colony; Native/Alien; Identity/Alterity; Sameness/Difference” (169).

[4] La colección The Commuter Nation: Perspectives on Puerto Rican Migration, editada por Carlos Antonio Torre, Hugo Rodríguez Vecchini y William Burgos, recoge un valioso conjunto de estudios sobre la emigración puertorriqueña en las últimas décadas, la experiencia del emigrante, la influencia de la emigración en la familia, en la educación, en la música y la cultura puertorriqueñas.

[5] Aunque en la actualidad ha perdido mucha de su fuerza originaria, este movimiento juvenil y político que rodeaba a los Young Lords tuvo una gran importancia en las comunidades puertorriqueñas de los años setenta como se analiza detalladamente en los artículos que conforman la excelente colección The Puerto Rican Movement: Voices from the Diaspora (1998), editada por Andrés Torres y José E. Velázquez.

[6] La actividad de este partido fue muy intensa en esta época creando programas sociales que intentaban mejorar la situación de los Barrios en temas relacionados con la alimentación, sanidad, la educación y la formación política. Véase el estudio específico editado por Michael Abramson Palante: Young Lords Party (1971).

[7] También otros escritores latinoamericanos como Ruben Darío hicieron lo mismo con el término “modernista” que en español significaba “esnob” o “excéntrico” pero que en adelante sería definitorio de toda una corriente artística.

 

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