Nos referíamos en el tema anterior al sentido contingencial de la estrategia, como consecuencia de un entorno empresarial cambiante que condiciona el contenido de la misma. Lo estratégico, ciertamente, cambia a lo largo del tiempo.
Así, de un período inicial en el que las características del entorno hacían que el precio y los costes de producción fuesen variables estratégicas principales, se pasa a una nueva situación, marcada por la heterogeneidad de los productos, en la que el precio y la racionalización de la producción pierden parte de su importancia en favor de la definición precisa del mercado diferenciado al que la empresa se va a dirigir y de la diversificación de productos y mercados.
Por último, el dinamismo y la hostilidad del ambiente competitivo actual, hace que aspectos como la flexibilidad, la innovación y la productividad de todos los factores adquieran una dimensión estratégica.
En todo caso, en cualquier contexto, la definición del producto que se va a ofrecer y del mercado al que se va dirigir, constituye el punto de partida de un negocio o actividad empresarial y marcará, para bien o para mal, su futuro. Esto es lo que se conoce como estrategia básica, y que ha de emanar directamente de una definición previa y clara de la identidad corporativa de la empresa. Llegamos así, a la primera de las fases del proceso de formación de la estrategia: el pensamiento estratégico.