e-Motion. Revista de Educación, Motricidad e Investigación
2019, nº 13, pp. 59-81. ISSNe: 2341-1473
© Copyright: 2019 Grupo de investigación (HUM-643)
Edición Web (www.uhu.es/publicaciones/ojs/index.php/e-moti-on/index)
Fecha de recepción del artículo: 16-11-19. Fecha de aceptación: 20-12-19 59
Las emociones: necesidad de su
programación para una actividad física más
saludable
Pedro Sáenz-López Buñuel
Universidad de Huelva
Email: psaenz@uhu.es
Este artículo fue publicado como capítulo del libro: Sáenz-López, P. (2015). Las
emociones: necesidad de su programación para una actividad física más
saludable. En Moreno-Murcia, J. A. y De Souza, M. C. (coord.). Motricidad
humana. Hacia una vida más saludable (pp 107-128). Santiago: Universidad
Central de Chile.
RESUMEN:
El concepto de salud ha evolucionado desde una concepción prioritariamente
curativa, es decir, ausencia de enfermedad, a un planteamiento más
preventivo. Sin embargo, la propia definición de la Organización Mundial de la
Salud va más allá y plantea como meta el bienestar. Este es el reto de la
sociedad del siglo XXI. Las evidencias científicas aportan cada vez s datos
sobre la influencia que la gestión emocional y la actividad física tienen sobre el
bienestar personal y social. Por tanto, los objetivos que nos planteamos fueron
analizar la relación entre estos dos tópicos, describir la influencia que tienen
sobre la salud y el bienestar y realizar recomendaciones para una actividad
física emocionante y saludable. Entre las conclusiones, destacamos la influencia
que el ejercicio físico produce en las emociones ya que genera hormonas
responsables del bienestar o del aprendizaje cognitivo por lo que ayuda a tener
más energía, más autoestima, más autocontrol, menos estrés, mejora la toma
de decisiones inteligente, las relaciones sociales, facilita aprendizajes, etc. Por su
parte, la inteligencia emocional facilita una práctica deportiva más eficiente y
satisfactoria. Entre las recomendaciones, se aportan ideas como plantearse
objetivos claros y a corto plazo, establecer una comunicación positiva con
nosotros mismos y con los demás, vivir cada experiencia como un éxito, rodearse
de amigos activos y saludables y sobre todo disfrutar de la práctica de actividad
física antes, durante y después de su realización.
PALABRAS CLAVE: inteligencia emocional, ejercicio físico y bienestar.
Emociones y actividad física
Sáenz-López
Número 13, 2019
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Emotions: the need to program them for a healthier physical activity
ABSTRACT:
The concept of health has evolved from a primarily curative conception, that is,
absence of disease, a more preventive approach. However, the definition of the
World Health Organization goes further and sets welfare as a goal. This is the
challenge of the society of the 21st century. Scientific evidence provides more
and more data on the influence that emotional management and physical
activity have on personal and social well-being. Therefore, the objectives we set
were to analyze the relationship between these two topics, to describe the
influence they have on health and well-being and to make recommendations
for an exciting and healthy physical activity. Among the conclusions, we
highlight the influence that physical exercise produces on emotions as it
produces hormones responsible for well-being or cognitive learning, so it helps to
have more energy, more self-esteem, more self-control, less stress, improves
intelligent decision making , social relations, facilitates learning, etc. On the other
hand, emotional intelligence facilitates a more efficient and satisfactory sports
practice. Among the recommendations, there are ideas such as setting clear
and short goals, establishing positive communication with ourselves and others,
living each experience as a success, surrounding yourself with active and healthy
friends, and especially enjoying the practice of physical activity before, during
and after its completion.
KEY WORDS: emotional intelligence, physical exercise and well-being.
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1. INTRODUCCIÓN
1.1. ¿Por qué abordar esta temática?
La inteligencia emocional y la Actividad Físico-deportiva van a ser protagonistas
en ámbitos tan trascendentes como la educación y la salud del siglo XXI. Cada vez más
investigadores, especialmente neurocientíficos, aportan datos concluyentes a este
respecto. Por ejemplo, Goleman (1996), a través de las evidencias de numerosos
estudios, afirma que entre el 60 y 80% de las enfermedades actuales son de origen
psicosomático. Los avances médicos están permitiendo que los seres humanos
aumenten su esperanza de vida. Sin embargo, el envejecimiento de la población va a
conllevar que en los próximos años se tripliquen los casos de Alzehimer (Bilbao, 2013).
Este psicólogo, experto en enfermedades neurodegenerativas, propone cómo cuidar el
cerebro para prevenir o retrasar la aparición de Alzehimer, Ictus o Parkinson. De los seis
factores que más evidencias científicas han mostrado para prevenir estas
enfermedades, tres están relacionadas con la inteligencia emocional (alejar el estrés,
cultivar emociones positivas y una vida social satisfactoria). El ejercicio físico, la
alimentación y la reserva cognitiva completan los factores claves, a día de hoy, para
cuidar el cerebro, según este autor.
A pesar de las evidencias científicas sobre los beneficios de la Actividad Físico-
deportiva sobre la salud, los niveles de sedentarismo son inquietantes (Instituto Nacional
de Estadística, 2013). A modo de ejemplo, en algunas comunidades autónomas cerca
del 80% de la población está fuera de los parámetros mínimos de actividad física
recomendados para la salud.
El estilo de vida de la sociedad occidental ha sido denominado como la sociedad
del bienestar debido al aumento exagerado de comodidades (transportes, ascensores,
mandos a distancia, escaleras mecánicas, …). Paradójicamente, este estilo de vida
tiene una influencia directa en el aumento de obesidad, colesterol o enfermedades
cardiacas, cuya relación con la salud y la calidad de vida es evidente. Además, como
afirman Fernández-Berrocal y Extremera (2010), las enfermedades mentales están
aumentando a un ritmo inquietante. Por tanto, el estilo de vida actual se podría
denominar de pseudo-bienestar ya que las comodidades y el sedentarismo son causa
de números problemas relacionados con la salud. Punset Casals (2010) recuerda que
los seres humanos han casi triplicado la esperanza de vida en un periodo evolutivo muy
corto (poco más de 200 años). Este hecho sin precedentes en la evolución, ha supuesto
que nuestro cerebro esté falto de recursos para gestionar este tiempo y esta situación.
Quizás por esta razón, afirma este autor, tenemos una capacidad infinita para ser
infelices. El estilo de vida actual ayuda poco al objetivo de sentirse bien, es decir a la
búsqueda del bienestar. Paralelamente, Bizquerra (2000) ofrece datos sobre la
prevalencia de comportamientos problemáticos como la violencia, la depresión, el
consumo de tabaco, alcohol o drogas, anorexia, obesidad, etc. que justifican
sobradamente la necesidad de una adecuada educación emocional. En el siglo XX,
aprendimos a sobrevivir físicamente, por fuera, sin embargo, en el siglo XXI ante la
avalancha de enfermedades mentales y de origen emocional, necesitamos aprender a
sobrevivir por dentro, emocionalmente (Punset Bannel, 2012). A lo largo del capítulo se
podrá comprobar cómo la actividad física ayuda al desarrollo de la inteligencia
emocional y al bienestar.
Por todo lo dicho, merece la pena analizar la relación de dos de los factores que
más evidencias científicas han mostrado en su influencia sobre la salud y,
especialmente, en la búsqueda del auténtico bienestar personal y social: la actividad
físico-deportiva y la gestión de las emociones.
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1.2. Objetivos
Los objetivos de este artículo se concretan en:
- Analizar la inteligencia emocional y su relación con la actividad físico-deportiva.
- Valorar la importancia de la actividad física y la inteligencia emocional en la salud
preventiva y su influencia en el bienestar.
- Realizar propuestas para desarrollar una actividad física emocionante y
saludable en busca del bienestar personal y social.
2. LA SALUD DEL SIGLO XXI: EL BIENESTAR PERSONAL Y
SOCIAL
2.1. Evolución del concepto de salud
La Organización Mundial de la Salud -OMS- (2010) define la salud como un
estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de
afecciones o enfermedades. A pesar de que esta definición tiene más de 50 años, el
sistema sanitario se ha centrado principalmente en el concepto de intervenir cuando hay
un problema. Esta Medicina curativa, ha sido predominante, motivo por el cual la OMS
indicó en la definición que la Salud es mucho más que la ausencia de enfermedad. La
gente ha acudido al médico cuando se encontraba mal y los avances científicos se han
centrado principalmente en cómo curar enfermedades. En las últimas décadas, ha
aumentado la atención a la salud preventiva (Sociedad española de medicina
preventiva, salud pública e higiene, 2014). Las vacunas o el programa de “control del
niño sano” son dos ejemplos de medicina preventiva cuyo foco está puesto en evitar la
enfermedad. El gran reto de la salud del siglo XXI es aumentar el bienestar personal y
social de la población, a pesar de que éste sea el centro de la definición de la OMS de
hace más de 50 años. Los datos que hemos dado en la introducción muestran que los
sistemas sanitario y educativo trabajan todavía alejados de este objetivo. A
continuación, se describirán evidencias de la influencia de las emociones en la salud en
los tres niveles, tanto el curativo, como el preventivo y principalmente en la búsqueda
del bienestar.
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Figura 1. Evolución del concepto de salud
2.2. Relación de las emociones con la salud
En la web del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid (2014) a través del
Proyecto “emociones y salud” se describe la influencia que tiene la forma en que
reaccionamos a los problemas y estresores cotidianos como el dinero, pareja, hijos,
abuelos, trabajo, exámenes, etc. en la salud. Nuestras respuestas al estrés se pueden
dar en forma de discusiones, enfados, agobios, ansiedad, miedos o tristezas. Estas
respuestas emocionales al estrés suelen ser la causa de alteraciones y enfermedades
como resfriados, herpes, alergias, dolores de cabeza o espalda, problemas intestinales
o cardiacos. Además, la mayoría de los hábitos perjudiciales para la salud como fumar,
beber, tomar drogas o el sedentarismo, están relacionados con estas respuestas
inapropiadas al estrés. Limonero, Tomás-Sábado, y Fernández-Castro (2006)
demuestran cómo niveles altos inteligencia emocional, especialmente de regulación
emocional, correlacionan con menos consumo de tabaco y cannabis. La mayoría de
estos hábitos dañinos se generan al tratar de compensar déficits emocionales por falta
de otros recursos. La realidad es que cada persona reacciona de forma diferente a cada
situación en función de cómo ha aprendido, principalmente durante su infancia (Punset
Casals, 2010). Numerosas investigaciones demuestran que lo que produce estos
problemas no son las situaciones estresantes, sino cómo se valoran y se afrontan. Como
afirma Sapolsky (1994), el ser humano es el único animal capaz de generar hormonas
de estrés gracias a nuestra poderosa, aunque mal-educada y mal-entrenada
imaginación. En su libro “por qué las cebras no tienen úlcera” explica, para entender
esta idea, que la cebra sólo se estresa cuando es perseguida por un león. Cuando éste
caza una presa, el resto de herbívoros sigue pastando tranquilamente a unos pocos
metros del carnívoro comiendo, porque tiene la certeza de que el peligro ya ha pasado.
El ser humano se estresa ante numerosas situaciones (enfados, miedos, agobios,
situaciones tristes…) tanto cuando ocurre el hecho como posteriormente, pensando o
recreándose en el acontecimiento, hablando con sus familiares y amigos, etc. Cada
conversación o cada vez que ese hecho ocupa nuestro pensamiento, generamos las
mismas hormonas defensivas y estresantes que en el momento que se produjo.
Esta influencia de los estados emocionales sobre la salud ha sido ratificada por
la ciencia a través de estudios como los de Felten y Cohen (2006) quienes demostraron
que las emociones tienen un efecto muy poderoso sobre el sistema nervioso autónomo
y el sistema inmunológico. Esto explica las evidencias científicas que hay tanto en la
salud curativa, como preventiva y, definitivamente en la búsqueda del bienestar.
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Es evidente que la mayoría de las enfermedades mentales se curan o mejoran
con una reeducación emocional a través de un adecuado proceso terapéutico (Colegio
Oficial de Psicólogos de Madrid, 2014). Lo que sorprende, son las evidencias sobre la
influencia que las emociones positivas ejercen sobre el curso de cualquier enfermedad.
Por ejemplo, Goleman (1996) cita diversos estudios que han mostrado cómo las
personas optimistas se recuperan antes y mejor que las pesimistas de una enfermedad.
También se ha demostrado también los efectos negativos de la depresión en la curación
de enfermedades e incluso en ser causa de algunas (Davidson, 2012).
La gestión de las emociones es también uno de los más potentes factores de la
medicina preventiva. A modo de ejemplo, Goleman (1996) cita un estudio de Sheldon
Cohen quien expuso a sujetos con diferentes niveles de estrés al virus del resfriado y
enfermaron el doble de sujetos con alto nivel de estrés respecto a los que tenían bajos
niveles. Otro potente factor emocional preventivo son las relaciones, ya que se ha
demostrado que las relaciones sociales satisfactorias reducen el estrés. Rodearse de
gente, de amigos, de familiares, mostrar cariño y sentirse querido supone un factor
preventivo de enfermedades al mismo nivel que evitar fumar, hacer ejercicio físico o
tener un peso adecuado (Goleman, 1996). Esto es particularmente importante en las
relaciones con las personas con las que vivimos cotidianamente cuya incidencia sobre
la salud correlaciona con el clima de tranquilidad o de estrés en el que se vive (Cacioppo
y Patrick, 2008).
Respecto a la influencia perjudicial de las emociones negativas sobre la salud,
las evidencias son n mayores. Las emociones tóxicas, especialmente la ira, la
ansiedad y la depresión, pueden ser tan perjudiciales para la salud como fumar varios
paquetes de tabaco al día o como tener el colesterol alto (Piqueras, Ramos, Martínez,
Oblitas, 2009). El estrés, a través de hormonas como el cortisol, la adrenalina o la
prolactina disminuye la resistencia inmunológica. Por ejemplo, la ira muestra unos
efectos nocivos directos sobre el corazón. Nasser (2010) cita una serie de
investigaciones que demuestran la alta correlación entre las personas que se irritan con
facilidad respecto al aumento de enfermedades cardiacas. En el hombre se desarrolla
más la ira mientras en la mujer la ansiedad y el miedo cuyos efectos negativos sobre la
salud han sido también demostrados por diversos estudios (Goleman, 1996). El enfado
es una emoción necesaria, como todas, pues reprimirlo también puede tener
consecuencias negativas. Lo recomendable es evitar el estado constante de mal humor
o de emociones negativas y aprender a identificarlas y gestionarlas con utilidad.
Si las emociones son importantes en la salud curativa y en la salud preventiva,
en el reto del siglo XXI, que es el bienestar personal y social, la gestión útil e inteligente
de nuestros estados emocionales es la clave. El bienestar, en líneas generales, se
corresponde con la alegría, satisfacción con la vida que deriva de un funcionamiento
óptimo (McDowell, 2010), en el que las emociones positivas (Diener, 1994) y la
autoestima (Gagné, Ryan y Bargmann, 2003) aparecen como indicadores fiables. El
bienestar es un constructo que describe el estado en el que se encuentra la vida de la
persona (McGillivray, 2007). A pesar de esta sencilla definición, se trata de un concepto
complejo que va más allá de reducir las situaciones que produzcan experiencias
negativas y aumentar las positivas (Ryan y Deci, 2001). Como comenta Punset Casals
(2010), nadie nos ha enseñado a controlar nuestros pensamientos a pesar de que
numerosos autores han demostrado que es posible. La inteligencia emocional desarrolla
una serie de competencias como el control de los pensamientos y emociones, el
autoconocimiento, la capacidad de auto-motivarse, de retrasar una gratificación o la
habilidad de empatizar y confiar en los demás (Goleman, 1996). El concepto de
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inteligencia emocional y su relación con la salud y principalmente con el bienestar van
a ser desarrollados a continuación.
3. LA INTELIGENCIA EMOCIONAL Y EL BIENESTAR
PSICOLÓGICO
3.1. Las emociones
Las emociones son el resultado de cómo experimentamos física y mentalmente
la interacción entre nuestro mundo interno y externo. Se expresan a través de
comportamientos, expresiones de sentimiento y cambios fisiológicos.
Las emociones son naturales y tienen o han tenido su utilidad. Es necesario
reconocerlas, aceptarlas y utilizarlas en beneficio de nuestro bien-estar. Autores como
Damasio (2001) demuestran que incluso son imprescindibles para tomar buenas
decisiones, al contrario de lo que hasta ahora se creía. El Colegio Oficial de Psicólogos
de Madrid (2014) confirma que todas las emociones son útiles, incluso las llamadas
negativas. El miedo nos salva la vida a diario, la ira nos da dignidad o la tristeza nos
ayuda a reflexionar, relativizar y crecer. El problema es cuando estas emociones son
excesivamente intensas o duraderas pues, como se ha expuesto anteriormente, nos
hacen más vulnerables a contraer enfermedades, nos dificulta la curación y nos alejan
del bienestar.
Para comprender la dimensión que puede abarcar la inteligencia emocional,
resulta interesante distinguir, siguiendo a Davidson (2012), los diferentes niveles
emocionales. La unidad más pequeña es el estado emocional cuya duración es de unos
segundos y suele desencadenarse como reacción a una experiencia, una noticia o un
pensamiento. Si este sentimiento persiste minutos, horas o días se convierte en un
estado de ánimo. Si la duración de este estado es de años se llama rasgo emocional.
Este autor afirma que cada persona desarrolla un perfil emocional en base a cómo ha
aprendido a responder emocionalmente a las experiencias vividas. La utilidad y
eficiencia en el manejo de competencias emocionales en busca del bienestar personal
y social es lo que Goleman (1996) denominó inteligencia emocional.
3.2. Consecuencias saludables al mejorar la inteligencia emocional
En las últimas décadas, ha crecido el interés del estudio por asociar la
inteligencia emocional con los comportamientos referidos a la salud (Austin, Saklofskeb,
y Eganc, 2005), proponiendo una nueva perspectiva en el estudio de las emociones
(Extremera y Fernández-Berrocal, 2006). En este sentido, diversas investigaciones han
vinculado el bienestar con la inteligencia emocional (Extremera, Ruiz-Aranda, Pineda, y
Salguero, 2011; Rey, Extremera y Pena, 2011).
El desarrollo del concepto de inteligencia emocional arranca de los estudios de
Salovey y Mayer (1990), representado a ésta como parte de la inteligencia social, lo que
sugiere que ambos conceptos están relacionados y pueden, con toda probabilidad,
presentar componentes interrelacionados de la misma construcción (Bar-On, 2006). En
esta línea, autores como Fernández-Berrocal, Ramos, y Extremera (2001) consideran
que la inteligencia emocional presenta gran importancia en cuanto a la adaptación a
diferentes contextos. Por ejemplo, el desarrollo de relaciones interpersonales positivas
se asocia a cierto grado de desarrollo de inteligencia emocional (Schutte et al., 2001).
Así, Lopes, Salovey, y Straus (2003) indicaron la relación existente entre la inteligencia
emocional y la calidad de las relaciones sociales, dado que un uso inteligente de las
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emociones es esencial para la propia adaptación física y psicológica al contexto social
(Mayer y Salovey, 1990; Salovey, Mayer, Goldman, Turvey, y Palfai, 1995).
Anteriormente, Gardner (2001) había expuesto dentro de la teoría de las
inteligencias múltiples, que la inteligencia emocional incluye la inteligencia intrapersonal
y la inteligencia interpersonal o social. Este autor argumenta la necesidad de desarrollar
estas inteligencias ya que son útiles para toda la población. Su inclusión en el sistema
educativo es una necesidad. En esta línea, Extremera y Fernández-Berrocal (2004)
encontraron cuatro problemas asociados a bajos niveles de inteligencia emocional en el
contexto educativo: déficit en los niveles de bienestar y ajuste psicológico del alumnado,
disminución en la cantidad y calidad de las relaciones interpersonales, descenso del
rendimiento académico y aparición de conductas disruptivas y consumo de sustancias
adictivas. La inteligencia emocional es, por tanto, un importante indicador de éxito en
muchos aspectos de la vida (Bar-On 2002; Goleman, 1996). Ciarrochi, Chan y Caputi
(2000) también la han asociado positivamente, con variables de la personalidad, como
la autoestima.
Gran parte de la investigación en esta temática se ha interesado en el estudio de
las habilidades emocionales como predictoras del bienestar psicológico, salud y
relaciones interpersonales (Heck y Oudsten, 2008), debido a que las respuestas
psicofisiológicas al estrés pueden ser un mecanismo subyacente del funcionamiento
emocional (Salovey, Stroud, Woolery, y Epel, 2002). Desarrollando una inteligencia
emocional adecuada, es posible mejorar la gestión de las emociones, tomar decisiones
más saludables y más eficaces cuando existen situaciones de estrés y estados de ánimo
negativos (Damasio, 2001; Meyer y Zizzi, 2007). En consecuencia, numerosos estudios
han demostrado el papel que juega la inteligencia emocional en las reacciones
emocionales subjetivas de un individuo cuando se enfrenta a acontecimientos
estresantes y cómo estas habilidades emocionales pueden influir en el bienestar
subjetivo (Salovey, Mayer, Caruso y Yoo, 2009).
Fernández-Berrocal y Extremera (2010) afirman que el concepto de inteligencia
emocional se refiere a las diferencias individuales en la percepción, el procesamiento,
la regulación y la utilización de la información emocional. Merece la pena analizar estas
competencias que han demostrado tener un impacto significativo sobre la salud física y
mental (Extremera y Fernández-Berrocal, 2006); el desempeño laboral y las relaciones
sociales (Nelis, Quoidbach, Mikolajczak y Hansenne, 2009).
3.3. Competencias de la inteligencia emocional
La importancia de estos resultados ha generado diferentes modelos de la
inteligencia emocional (Cherniss y Goleman, 2001). Según la Enciclopedia de
Psicología Aplicada (Spielberger, 2004) se establecen tres modelos conceptuales: el
modelo de Salovey y Mayer (1990), el modelo de Goleman (1996, 1999) y el modelo de
Bar-On (2006).
En la teoría formulada por Salovey y Mayer (1990), la inteligencia emocional se
enmarca dentro de un modelo de habilidad. Por otro lado, Goleman (1996, 1999)
entiende la inteligencia emocional como un conjunto de competencias en las que se
recogen el autocontrol, la perseverancia, la automotivación y la capacidad para retrasar
la gratificación. Mientras que Bar-On (1988) ha colocado a la inteligencia emocional en
el contexto de la teoría de la personalidad, específicamente en un modelo de bienestar.
Mayer y Salovey (1990) entienden la inteligencia emocional como la capacidad
de controlar los propios sentimientos y emociones y los de los demás, haciendo uso de
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las mismas para guiar el pensamiento y la acción. El modelo presentado enfatiza en los
aspectos cognitivos relacionados con el reconocimiento de las emociones, ya que la
inteligencia emocional es concebida como la habilidad de percibir, comprender, utilizar
y manejar las emociones para facilitar el pensamiento (Mayer, Salovey y Caruso, 2004).
El modelo teórico se compone de habilidades: percepción de emociones; facilitación
emocional; comprensión emocional y manejo de emociones.
Por su parte, Goleman (1996) identifica cinco competencias dentro de la
inteligencia emocional: conocer las emociones, reconocerlas e identificarlas en uno
mismo, gestionarlas, dominando las negativas y sustituyéndolas por positivas, la
automotivación, como la capacidad de ilusionarse con cualquier situación salvo que sea
objetivamente negativa en cuyo caso mejor alejar los pensamientos de la misma y
reconocer emociones en otros y la empatía, como la capacidad de ponerse en la
situación emocional de otro.
Bar-On (2002, 2006) define la inteligencia emocional como el conjunto de
competencias emocionales, personales e interpersonales que determinan nuestra
habilidad para afrontar los desafíos diarios. Esta inteligencia es un factor clave para
tener éxito en la vida e influye directamente en el bienestar de las personas. Las
personas emocionalmente inteligentes son capaces de reconocer y expresar sus
emociones, de actualizar sus capacidades potenciales, de comprender cómo se sienten
otras personas, de mantener relaciones interpersonales satisfactorias. Son optimistas,
flexibles, realistas, afrontan el estrés sin perder el control y, en definitiva, llevan una vida
saludable y feliz. El modelo de Bar-On está formado por cinco componentes clave:
intrapersonal, interpersonal, adaptabilidad, gestión del estrés y estado de ánimo.
Figura 2. Competencias de la inteligencia emocional
En la figura 2, se presentan las competencias claves de la inteligencia emocional
que se recogen en los tres modelos descritos que son la percepción de las propias
emociones, la gestión útil de las emociones positivas y negativas, la empatía como la
capacidad de percibir las emociones de los demás y la gestión inteligente y satisfactoria
de las relaciones, aunque los términos utilizados para referirse a ellos sean diferentes
(Cherniss y Goleman, 2001).
Sintetizando las ideas de los tres modelos, la inteligencia emocional es la
capacidad del individuo para reconocer y regular las emociones en uno mismo y los
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demás en la búsqueda del bienestar personal y social. En la figura 3, se observa cómo
el desarrollo de cada una de sus competencias (percepción, de las emociones, gestión,
empatía y gestión de las relaciones) desarrollará una mayor inteligencia emocional.
Entre las consecuencias positivas de esta mejora, diferentes estudios que se han ido
citando muestran un mayor control de los pensamientos, toma de decisiones más útiles,
hábitos saludables, autoestima y más éxito personal, social, académico y profesional.
Todas estas consecuencias tienen una relación directa con el concepto de salud de la
Organización Mundial de la Salud que se resume en un mayor bienestar físico, mental
y social.
Figura 3. Desarrollo y consecuencias saludables de la inteligencia emocional.
Entre los hábitos saludables que se relacionan con la inteligencia emocional, nos
detenemos en analizar su relación con la actividad físico-deportiva.
4. ACTIVIDAD FÍSICO-DEPORTIVA E INTELIGENCIA
EMOCIONAL
Como se ha comentado, las emociones tienen una respuesta fisiológica en el
organismo, ya que se instalan en la mente y en el cuerpo (Davidson, 2012). Por esta
razón, a veces nos entran agujetas de reírnos, otras veces sudamos a causa del miedo
o de ansiedad o aumenta nuestra frecuencia cardiaca cuando tenemos estrés o nos
enfadamos. Punset Bannel (2012) comenta la comunicación no verbal como ejemplo de
expresar emociones a través del movimiento. Conocer más profundamente la relación
entre las emociones y la actividad física es el objetivo de este apartado.
4.1. Qué ocurre cuando practicamos Actividad Físico-Deportiva
Los beneficios de la actividad física han sido ampliamente estudiados (Marquez,
Rodríguez y De Abajo, 2006). En los diferentes capítulos de este libro aparecen
numerosas evidencias. Está en el primer nivel dentro de las recomendaciones que
cualquier experto daría como medicina preventiva. Su relación con los beneficios
fisiológicos (sistema cardio-vascular, colesterol, etc.) ha sido la más estudiada en las
últimas décadas. Sin embargo, su relación con las emociones ha sido menos estudiada
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y supone una línea de investigación reciente. Ratey (2008) demuestra que cada día hay
más evidencias de cómo el ejercicio contribuye a regular el cerebro emocional. Davidson
(2012) llega a afirmar que las emociones son la forma más corporal del cerebro debido
a cómo éstas afectan a la fisiología y cómo el movimiento afecta al modo en que la
mente procesa la información emocional. Para empezar, como comenta Bilbao (2013),
las neuronas son devoradoras de oxígeno, por lo que el cerebro necesita un corazón
fuerte y unas arterias en perfecto estado para funcionar a pleno rendimiento. Por esta
razón, este autor confirma que el ejercicio aeróbico moderado realizado regularmente
es un factor de primer nivel para evitar el deterioro del cerebro, la muerte neuronal y
otras alteraciones asociadas al envejecimiento. Davidson (2012) recuerda que el
cerebro es el encargado de todo cuanto tiene que ver con la conducta humana,
incluyendo la gestión de las emociones. Por tanto, la actividad física ayuda a mantener
el cerebro sano y a que sus funciones, incluyendo la gestión emocional, se realicen
adecuadamente.
La relación del ejercicio físico con el cerebro va más allá del aporte de oxígeno.
El neurocientífico Fernández-Pinilla (Redes, 2010) explica que la actividad física
favorece la secreción de la proteína BDNF que estimula el crecimiento neuronal. Esta
proteína ayuda a crear nuevas sinapsis y nuevas redes neuronales que influyen
directamente en el desarrollo intelectual en el más amplio sentido del término.
Probablemente, el aumento de este neurotransmisor explica el estudio citado por Punset
Bannel (2012) en el que solo por caminar 20 minutos diarios, una muestra de niños
aumentó su rendimiento académico un 15% Es decir, la proteína BDNF ayuda al
desarrollo de nuevos aprendizajes, así como a aprender de los errores o a adaptarse al
cambiante mundo que nos rodea. Estas últimas ideas tienen una relación directa con la
inteligencia emocional como hemos visto en el apartado anterior.
La actividad física supone un apoyo importante tanto en el fortalecimiento de
emociones positivas como en la evitación de emociones negativas (Bilbao, 2013). Al
realizar cualquier tipo de actividad física, el organismo segrega hormonas y
neurotransmisores (endorfina, serotonina) que nos hacen sentir bien. Aumenta el nivel
de energía de nuestro organismo. Esta sensación suele tenerse durante la realización
de la actividad ya que el efecto de las endorfinas es rápido y potente. En ocasiones,
ante un ejercicio duro durante su realización podemos experimentar cierto malestar o
cansancio por el esfuerzo. Sin embargo, todos los que hemos hecho actividad física
intensa, al finalizar y tras una reconfortante ducha, la sensación de bienestar y de
relajación es definitivamente recomendable. Estas hormonas que se producen al
practicar actividad física (también al comer, al reír, al estar con amigos, etc.) son
llamadas hormonas de la felicidad (Bilbao, 2013). La práctica de actividad físico-
deportiva nos hace sentirnos mejor, estar más felices, además de aportar vitalidad y
buen ánimo. En esta línea, Molina-García, Castillo, Queralt (2011) encontraron que los
mayores niveles de actividad física se asociaban con altos índices de bienestar
psicológico. En concreto, los jóvenes con altos niveles de actividad presentaban mayor
vitalidad subjetiva. Por su parte, Haugen, Säfvenbomb, y Ommundsena (2011)
concluyeron que el aumento de los niveles de actividad física puede ser beneficioso
dada la mejora de percepción de la autoestima física. En este sentido, diferentes
estudios muestran que aparte de la modalidad de ejercicio practicado, éste contribuye
de forma notable en la mejora del bienestar psicológico y/o emocional (Janisse, Nedd,
Escamilla, y Nies, 2004; Wang et al., 2010; Zanuso, Sieverdes, Smith, Carraro, y
Bergamin, 2012), sin que la duración ni intensidad sean factores que medien (Szabo,
2013).
La actividad física también influye en dos neurotransmisores que ayudan a
regular los niveles de energía y de estrés que son la dopamina y la epinefrina. Ser una
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persona activa físicamente aumenta los niveles de dopamina previniendo los efectos
adversos del agotamiento. La epinefrina nos ayuda a afrontar situaciones de estrés. Sin
embargo, cuando el estrés es continuo, la presencia de este neurotransmisor agota al
organismo y nos hace sentirnos cansados y desanimados. En este caso, el ejercicio
físico moderado puede reducir los niveles de epinefrina y por tanto de estrés.
El neurólogo Álvaro Pascual-Leone (Redes 2013) comenta que el ejercicio físico
activa zonas cerebrales que permiten tener mayor control inhibidor, mayor capacidad de
resistir tentaciones, mayor capacidad de tomar decisiones a su tiempo en lugar de
aceleradamente. Es decir, realizar unos 20 minutos de actividad física aeróbica
diariamente modifica nuestro cerebro en una forma beneficiosa.
La relación de la actividad física con la gestión de las emociones negativas es
también muy útil. La práctica de un deporte o un baile bloquea los pensamientos
negativos o preocupaciones que se pudieran tener, ya que exige al cerebro una
ocupación total en la actividad con el organismo generando endorfinas. El ejercicio sico
también contribuye a dominar el enfado (Goleman, 1996). Por una parte, hace que
disminuya la elevada excitación provocada por la ira, damos tiempo a que el cerebro se
tranquilice, se ocupe de otra cosa y relativice. Starks, Starks, Kingsley, Purpura y Jager
(2008) demuestran que el ejercicio físico moderado por debajo de 40-45 minutos
disminuye los niveles de cortisol. En definitiva, supone una excelente herramienta para
disminuir el estrés.
Si llevar una vida activa tiene unas recomendables consecuencias positivas, el
sedentarismo, como afirma Ratey (2008), supone un trastorno a nuestra naturaleza
cuyas consecuencias sobre la salud son muy importantes, incluida la salud emocional.
De forma inversa, la falta de ejercicio influye negativamente sobre nuestra energía,
nuestro estado de ánimo, el sistema inmunológico y por tanto en prevenir, curar o
retrasar enfermedades. La razón es muy sencilla tal y como la expone Punset Bannel
(2012): nuestros genes se desarrollaron hace más de medio millón de años cuando nos
desplazábamos una media de 15 kilómetros diarios y hacíamos ejercicio
constantemente. Nuestros genes son los mismos y necesitan movimiento porque forma
parte de nuestro cerebro. De hecho, como afirma Wolper (2011), la verdadera razón de
tener cerebro es el movimiento. El estilo de vida actual ha reducido de forma muy
peligrosa para la salud, los niveles adecuados de actividad física que necesita nuestro
cerebro para un funcionamiento óptimo.
En definitiva, la relación de la actividad física con el estado emocional es
evidente. En el gráfico 4, se resumen los beneficios. La mayor oxigenación del cerebro
que produce el ejercicio físico lo protege del envejecimiento, reduciendo el riesgo de
enfermedades neurodegenerativas y aportando más recursos para retrasar sus efectos.
Por otra parte, las hormonas del bienestar que se segregan durante y después de
practicar actividad físico-deportiva hacen sentirnos bien, nos aporta vitalidad y energía,
reduce el estrés al ayudar a eliminar hormonas como el cortisol, aumenta nuestra
autoestima, la percepción satisfactoria de nuestra imagen corporal y se duerme mejor.
Asimismo, la mayor producción del neurotransmisor BDFN aumenta nuestra capacidad
de aprender y por tanto, el rendimiento académico, estimula zonas de nuestro cerebro
que se encargan del autocontrol y de la toma de decisiones calmada y, en definitiva, nos
dota de más competencias para adaptarnos a diferentes situaciones.
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Figura 4. Beneficios cerebrales y emocionales de la actividad física
4.2. Inteligencia emocional y actividad física
Ante estas evidencias, es lógico que recientemente aparezca una línea de
investigación en la psicología del deporte que correlacione estas dos variables, aunque
el número de estudios es reducido. Fernández-Ozcorta (2013) demostró que los jóvenes
universitarios activos presentaron mayores niveles de inteligencia emocional. Parece
que el efecto derivado de la realización de actividad física, en niveles adecuados, tiene
un efecto positivo sobre las variables de claridad emocional, reparación emocional, así
como sobre la autoestima y la satisfacción con la vida. Es decir, la actividad física de
forma general, sirve de soporte para tener mayor grado de bienestar psicológico de los
estudiantes. Esta relación entre la actividad física y la inteligencia emocional ha sido
mostrada en otros estudios como los de Li, Lu, y Wang (2009); Saklofske, Austin, Rohr,
y Andrews (2007) o Tsaousis y Nikolaou (2005). Brown y Schutte (2006) encontraron
una relación inversamente proporcional entre los niveles inteligencia emocional y la
fatiga subjetiva o cansancio en estudiantes universitarios. De hecho, Núñez, León,
González y Martín-Albo (2011) plantean la duda de que variable (actividad física e
inteligencia emocional) tiene más poder predictor sobre la otra.
Un desarrollo de la inteligencia emocional percibida provee al individuo de la
capacidad de gestionar las emociones subjetivas cuando se en enfrenta a situaciones
estresantes (Salovey et al., 2009). Por lo que parece que un desarrollo correcto de la
inteligencia emocional permitirá gestionar más eficazmente las situaciones negativas
que se produzcan en el contexto deportivo, además de contar con mayores estrategias
de afrontamiento más adaptativas y superior la capacidad de resolución de problemas
sociales (Saklofske et al., 2007). La mejora de la eficacia deportiva a través de un
desarrollo de la inteligencia emocional ha sido también estudiado (Kouli, Bebetsos,
Kamperis y Papaioannou, 2010; Puig, 2012). El papel de los psicólogos deportivos en
diferentes deportes de alta competición es cada vez más importante y gran parte del
trabajo que realizan se centra en la mejora de competencias emocionales.
4.3. Qué emociones se experimentan en función del tipo de práctica
Estos beneficios que se han estado citando, se consiguen con cualquier tipo de
actividad física, realizada a una adecuada intensidad y duración. Otra línea de
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investigación se plantea qué tipo de emociones se despiertan en función de la actividad
desarrollada. Se parte de la base de que el juego motor, el deporte, el baile, etc. son
actividades emocionantes. En algunos casos como el deporte, se muestran emociones
muy visibles y muy intensas como la alegría, la ira, el miedo o cuando en el baile que
puede aparecer la diversión, la vergüenza o la nostalgia. Conocer el tipo de emociones
y la intensidad que generan los juegos y actividades motrices ha sido una línea de
trabajo con interesantes repercusiones educativas y saludables (Alonso, Gea, y Yuste,
2013; Lavega, Aráujo, y Jaqueira, 2013; Lavega, Filella, Agulló, Soldevilla, y March,
2011). Para ello, clasifican las actividades en cuatro: individuales sin oposición,
individuales con oposición, cooperativas sin oposición y cooperativas con oposición y
tras practicar diferentes juegos de cada tipo, los participantes muestran su percepción
sobre las emociones experimentadas y su intensidad.
En general, sintetizando los resultados de los estudios citados, las actividades
físicas y deportivas generan una intensidad más alta de emociones positivas que de
negativas y ambiguas, debido a los efectos que los neurotransmisores producen en el
cerebro. No obstante, se encuentran diferencias en función del tipo de acción motriz
experimentada. Así, las actividades individuales sin oposición suelen presentar niveles
más bajos de emociones positivas y negativas que cuando hay oposición. Por su parte,
las actividades de colaboración desarrollan emociones positivas más intensas que las
individuales. Las de cooperación-oposición suelen ser las más intensas, aunque
también aparecen más emociones negativas que en las individuales. Según Bisquerra
(2000), la interacción con las personas y el ambiente es lo que nos genera las emociones
y las personas son los elementos esenciales, quizás podría ser ese efecto socializador
el que hace que sentimos con más intensidad las emociones.
La competición en forma de oposición es un factor que intensifica las emociones
tanto positivas como negativas, aunque siempre las positivas se valoran por encima
(Alonso, Gea, y Yuste, 2013). Las actividades de cooperación sin oposición son las que
suelen presentar los valores menos intensos en emociones negativas.
Los alumnos que tienen antecedentes deportivos sienten con más intensidad las
emociones positivas y ambiguas. Asimismo, los practicantes de deportes sociomotrices
valoran más intensamente las emociones comparados con los que han practicado
deportes individuales.
En cualquier caso, los estudios demuestran que cada uno de los tipos de
acciones motrices producen emociones diferentes tanto en cada persona como,
globalmente, por lo que producen las variables de relación (individual o colectivo) o de
competición (con oposición o sin oposición). Los resultados son interesantes a la hora
de selección el tipo de tarea en función de las emociones que se persigan.
4.4. Una relación muy saludable
Habiendo analizado los beneficios que aportan la actividad física y la gestión
inteligente de las emociones a la salud, es de sentido común que aquellas personas que
aumenten los niveles de ambos parámetros, conseguirán una mayor calidad de vida. Si
unos niveles altos de inteligencia emocional correlacionan positivamente con niveles
altos de bienestar, el nivel de actividad física puede modificar aún más la percepción del
bienestar experimentado (Núñez et al., 2011). Es decir, los niveles altos y adecuados
de ejercicio físico, junto con niveles altos de inteligencia emocional, aumentan la
autoestima, la satisfacción con la vida y la gestión de las emociones.
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Figura 5. Relación de la actividad física y la inteligencia emocional con el bienestar
Resulta útil comprobar la relación de la inteligencia emocional y el bienestar con
la motivación en contextos de práctica físico-deportiva. Núñez et al. (2011) y Fernández
(2013) incluyeron la inteligencia emocional percibida junto a otras variables
motivacionales para explicar el bienestar psicológico en el marco de la teoría de metas
de logro y la teoría de la autodeterminacón, dentro de diferentes contextos deportivos.
Estos autores, destacan que la inteligencia emocional percibida jugaba un papel
importante dentro de un proceso de motivación deportiva. Estos estudios muestran
cómo la inteligencia emocional percibida tiene un valor predictivo sobre la satisfacción
de las necesidades psicológicas básicas (autonomía, competencia y relaciones). Está
ampliamente estudiada la influencia que estas tres necesidades tienen en una mayor
motivación autodeterminada hacia a la actividad físico-deportiva (Deci y Ryan, 2000).
Ya se ha comentado la capacidad de la inteligencia emocional percibida de predecir de
forma positiva, la autoestima y la satisfacción con la vida (Rey et al., 2011). El hecho de
que la satisfacción de las necesidades psicológicas básicas sea también mediador entre
la inteligencia emocional y el bienestar psicológico (Meyer, Enströma, Harstveita,
Bowlesb, y Beeversc, 2007; Núñez et al., 2011; o Fernández-Ozcorta, 2013), aporta
estrategias para aumentar la motivación intrínseca y la adherencia hacia la práctica
deportiva (Almagro, Sáenz-López, y Moreno, 2010; Moreno, Conte, Borges y González-
Cutre, 2008), con el fin de conseguir una población cada vez más activa, cada vez más
saludable y cada vez más feliz. Torregrosa, Belando y Moreno-Murcia (2013) concluyen
que el estilo controlador de los docentes predijo negativamente la satisfacción con la
vida, mientras que el apoyo a la autonomía y las necesidades psicológicas básicas
predijeron positivamente. A modo de ejemplo, cuanta más autonomía, es decir más
libertad para tomar decisiones durante la práctica de actividad física, cuanta más
percepción de competencia a través de actividades que hagan sentirse eficaces o
siendo recompensados por las cosas bien hechas y cuanta más y mejores relaciones
se establezcan durante la práctica deportiva, mayor será la motivación y las
probabilidades de seguir practicando.
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5. CONCLUSIONES Y RECOMENDACIONES
5.1. Objetivos planteados
El primer objetivo fue analizar la relación entre la inteligencia emocional y la
actividad físico-deportiva.
- El ejercicio físico produce hormonas que nos hacen sentir bien.
- La práctica periódica de actividad física aumenta la autoestima y la satisfacción
con nuestra imagen corporal.
- Las personas activas físicamente presentan niveles más elevados de algunas
competencias de la inteligencia emocional como el autocontrol, la gestión de
emociones o las relaciones sociales.
- La práctica de juegos motrices es emocionante. Prevalecen las emociones
positivas sobre las negativas con más intensidad cuando hay
oposición/competición.
- La inteligencia emocional permite una práctica deportiva más eficiente.
El segundo objetivo pretendía valorar la importancia de la actividad física y la
inteligencia emocional en la salud preventiva y su influencia en el bienestar.
- La actividad física permite una mayor oxigenación del cerebro lo que permite una
mayor protección del mismo hacia enfermedades degenerativas.
- El ejercicio físico disminuye el estrés y el agotamiento ya que elimina toxinas y
dota de mayor vitalidad al organismo.
- La práctica de actividad físico-deportiva facilita la producción una hormona que
ayuda a tomar decisiones más inteligentes, facilita aprendizajes cognitivos y
aumenta la capacidad de adaptarnos a situaciones diferentes.
- La inteligencia emocional ayuda a controlar los pensamientos y a tomar
decisiones más inteligentes.
- Mayores niveles de inteligencia emocional garantizan mejores hábitos
saludables como el menor consumo de tabaco o alcohol y mayor práctica de
ejercicio físico.
- La inteligencia emocional se relaciona con un mayor éxito académico,
profesional y de relaciones sociales.
- Mayores niveles de inteligencia emocional correlacionan positivamente con
mayores niveles de bienestar personal y social. El nivel de actividad física influye
directamente en el mayor bienestar y combinado con los niveles de inteligencia
emocional parece que lo mejora todavía más.
El tercer objetivo era realizar propuestas para desarrollar una actividad física
emocionante y saludable en busca del bienestar personal y social. En el apartado
siguiente, se exponen una serie de recomendaciones basadas en las evidencias que se
han ido mostrando a lo largo del capítulo.
5.2. Recomendaciones para una actividad física emocionante y saludable
Recomendaciones a nivel personal
Los hábitos de vida son, como afirma Bilbao (2013), pautas de comportamiento
que se han ido aprendiendo durante periodos prolongados. Generar un estilo de vida
más saludable física y emocionalmente para conseguir mayor bienestar, requiere
generar nuevos hábitos y aquí está la clave del éxito. Los seres humanos funcionamos
a través rutinas que algunos autores denominan como “zona de confort” (Punset Bannel,
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2012). Salir de la zona de confort y generar nuevos hábitos requiere intención, práctica
y éxito. Vamos a enumerar una serie de recomendaciones que pueden ayudar a mejorar
nuestra inteligencia emocional y a aumentar nuestro nivel de práctica de actividad física.
Ten claro lo que quieres.
Plantearse objetivos, saber qué quieres, es esencial.
- Imagina mentalmente lo que quieres. En el caso de la inteligencia emocional, ser
más tranquilo, sonreír más, tener mejores relaciones, etc. En el caso de la
actividad física a qué aspiras, a correr media hora diaria, a hacer deporte con los
amigos, a bailar, etc. Tenlo claro.
- Escribe en un papel estos objetivos, te ayudará.
- El objetivo final mínimo es hacer al menos 20 minutos diarios de actividad física
de cierta intensidad aeróbica.
Hazlo público de forma positiva.
Comentar tus intenciones te ayudará a conseguir los cambios. Aquellas personas
que hacen públicos sus compromisos tienes más probabilidades de éxito.
- Comenta con la familia y amigos tus objetivos y tus logros.
- Escríbelos en un papel y ponlos en la nevera o tu lugar de trabajo.
- Hazlo siempre de forma positiva. Plantea el reto y se consiga o no, piensa y
comenta lo hecho en lugar de lo que ha faltado. Comenta los beneficios de la
actividad física y la inteligencia emocional. Es mejor pensar en los aspectos
positivos que en los negativos.
El siguiente reto que se fácil.
- Márcate objetivos realizables en función de tus capacidades. Andar 15 minutos
es un reto para un sedentario. Los beneficios merecen la pena. Márcate el
siguiente reto que puede ser aumentar un poco la intensidad o la frecuencia. Con
esta forma de establecer objetivos estás trabajando la inteligencia emocional.
- Establece una rutina sencilla y realízala durante 21 días para que se haga hábito.
Andar, subir las escaleras o evitar enfadarme. Busca un momento del día para
dedicarlo a este objetivo.
- Busca una afición que te apasione y practícala sistemáticamente.
- Aprovecha cualquier oportunidad para hacer ejercicio. Subir escaleras en lugar
de ascensor, ir andando en lugar de en coche, coger la bicicleta con más
frecuencia, sacar a pasear al perro…
- Baila un rato todos los días. Ponte música o canta y baila unos minutos.
- Si tienes un momento malo, te surge una emoción negativa por cualquier
problema, lo más recomendable es hacer unos minutos de actividad física. Se
eliminarán las toxinas y podemos permitir que las endorfinas nos hagan sentir
mejor.
- Reconoce tus emociones cuando practicas deporte; gestiona con inteligencia las
negativas y potencia las positivas (evita tener pensamientos negativos).
- Elige actividades que despierten emociones positivas.
- Estimula todos los sentidos para desarrollar zonas del cerebro diferentes. Por
ejemplo, huele las bebidas o los alimentos, toca objetos con diferentes partes
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del cuerpo, haz cosas cotidianas con los ojos cerrados como vestirse o hacer el
amor.
Consigue siempre éxito
La percepción de competencia es clave para la motivación, por tanto,
- Practica actividades adecuadas a tu nivel para que experimentes éxito.
- Céntrate y prémiate los avances, lo que consigues, en lugar de lamentarte por lo
que no se ha realizado o cuando ha salido mal.
- Si practicas deporte, fomentar el altruismo y la compasión nos hace sentirnos
mejor y nos hace sentirnos competentes.
- También ayuda la auto-responsabilidad. Evitar echar la culpa de lo que me pasa
a otros o a las circunstancias. Es más saludable que, ante cualquier conflicto,
practiquemos el centrarnos en nuestra responsabilidad.
Rodéate de gente positiva y activa
Las relaciones satisfactorias son otra necesidad psicológica básica para aumentar
la motivación intrínseca.
- Busca amigos que les guste practicar deporte o salir a pasear o hacer
excursiones.
- Establece un horario para practicar deporte con amigos como jugar al padel o al
fútbol.
- Fomenta actividades familiares activas como salir en bici, hacer excursiones al
campo, apuntarse a un centro deportivo, etc.
- Apaga la televisión y juega con tus hijos o familiares.
- En todos los casos, fomenta el buen humor y conversaciones positivas y
optimistas. Las emociones son contagiosas, por tanto, si estás positivo y
sonriente, los demás tenderán a estarlo.
Autonomía
A pesar de la importancia de las amistades, la práctica de actividad física depende
sólo de uno.
- Evita depender de la gente.
- Si haces actividades en grupo, que sea suficientemente amplio para que la
actividad siempre se haga aunque falle alguno.
- Busca actividades físicas en las que tengas que tomar decisiones. Por ejemplo,
cualquier deporte. En caso de prácticas individuales, ten autonomía y decisión
para controlar la frecuencia, la intensidad, etc.
Disfruta
La pasión y el disfrute es clave para el bienestar.
- Busca actividades físicas placenteras, que te gusten y que se te den bien.
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- Disfruta de los preparativos. Piensa y comenta cuándo vas a hacer actividad
física y hazlo con ilusión. Convéncete que haces actividad física porque quieres,
porque disfrutas mucho más que por sus beneficios.
- Disfruta del proceso. Durante la práctica, sonríe, céntrate en tus movimientos,
en tu entorno, siente tu corazón, tus músculos moviéndose…
- Aprende a relajarte.
- Después de hacer actividad física, relájate, siente cómo las endorfinas hacen su
trabajo y te hacer sentir bien.
Figura 6. Recomendaciones para una actividad física emocionante y saludable
Recomendaciones a nivel institucional
Las instituciones responsables del bienestar (educación y sanidad) tienen un reto
en la búsqueda del bienestar. Siguiendo los siete pilares de las recomendaciones a nivel
personal, los centros educativos, patronatos o instalaciones deportivas necesitan: tener
los objetivos muy claros, lanzar mensajes positivos, facilitar la práctica a toda la
población, disponer de docentes y monitores que fomenten la autonomía y la percepción
de competencia de los participantes, crear climas de trabajo positivos, fomentar la
autonomía y, sobre todo, hacer disfrutar de la práctica de actividad físico-deportiva.
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