utilísima consulta (tanto por la ingen-
te cantidad de repertorios como por la
accesibilidad que prodiga el portal en
el que se vertieron los contenidos alo-
jados en primer lugar en DVD). Se trata
de una obra riquísima en la que con-
viven Terreros o Domínguez y que se
remonta a Nebrija o Covarrubias, por
citar solo algunas muestras. Los diccio-
narios académicos (las dos ediciones
que tuvo Autoridades y las usuales y
manuales) se recogen hasta 1992. No
cabe duda de la agilidad que ha propo-
cionado esta obra, pero es cierto que
el fetichismo del papel también pro-
diga una experiencia del usuario (per-
mítase la expresión moderna) grata y,
en el caso que ocupa esta reseña, más
que satisfactoria, puesto que, como
adelanta el prologuista, precisamente
Del Español. Revista de Lengua, 1, 2023, pp. 391-398
ISSN: 3020-2434 (en línea), 3045-543X (impresa). https://doi.org/10.33776/dlesp.v1.7938
la historia de la lexicografía espa-
ñola avanza actualmente de un modo
denitivamente digital: así el dicciona-
rio académico, actualizado en su 23.ª
ed. (la del tricentenario) anualmente
desde 2017, pero que ya anunciaba que
la 24.ª, prevista para 2026 (cumplién-
dose otro tricentenario, el de la publi-
cación del tomo i —letras a y bdel
luego denominado Diccionario de au-
toridades) sería de planta digital. No es
excepción: las tareas llevadas a cabo en
la Academia en el ámbito lexicográco
han tenido un trasvase desde el papel
a la pantalla. Precisamente en la gran
herramienta que puso a disposición
del usuario la RAE, el Nuevo tesoro lexi-
cogco de la lengua española, ancla el
profesor Álvarez de Miranda el inicio
de su prólogo (pp. 11-13), ponderando la
David Prieto García-Seco
Un eslabón recuperado de la lexicografía española.
La reimpresión retocada del Diccionario acadénico de 1780
Pról. de Pedro Álvarez de Miranda
Madrid, Visor (col. Visor Lingüística, n.º 30), 2021, 124 pp. ISBN: 978-84-9895-633-7
Raúl Díaz Rosales
Universidad de Huelva
rdiazrosales@dlo.uhu.es
https://orcid.org/0000-0002-8618-8213
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REVISTA DE LENGUA
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ESPAÑOL
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Raúl Díaz Rosales
Del Español. Revista de Lengua, 1, 2023, pp. 391-398
ISSN: 3020-2434 (en línea), 3045-543X (impresa). https://doi.org/10.33776/dlesp.v1.7938
en la consulta del tomo impreso del
volumen que inició el formato moder-
no de la Academia (es decir, obra que
prescindía de las citas de Autoridades)
que existían diferencias frente a la edi-
ciones del NTLLE y la facsimilar publi-
cada por la RAE en 1991 con prólogo
de Manuel Seco (idénticas entre ellas).
Así, se observan mínimas diferencias
en portada y en interior (la necesidad
de no alterar el volumen completo jus-
tica estos retoques), así como otras en
el interior de un grado de signicación
notable. Y a esa tarea, indica el profesor
Álvarez de Miranda en sus páginas pre-
liminares, se ha dedicado el autor de la
obra: al cotejo minucioso para extraer
las diferencias entre estos ejemplares.
En el primero de los cinco capítulos
de la obra, «I. Introducción» (pp. 15-17),
el profesor Prieto García-Seco presenta
una contextualización de los trabajos
lexicográficos académicos a partir de la
publicación, en 1991, del facsímil de la
edición de 1780, realizada por Manuel
Seco. El autor del Diccionario de dudas y
dificultades de la lengua española expone
cómo la Academia, en tan solo veinti-
séis años desde su fundación, culmina,
con la publación el sexto volumen, la
empresa fundamental anhelada: la ela-
boración de un diccionario de la lengua
española. Como bien indicó Menéndez
Pidal, los diccionarios son fotografías,
representaciones de un estado actual
que irremediablemente envejece: pre-
cisamente por ello la Academia enten-
dió la necesidad de corregir y actualizar
contenidos con la publicación del ter-
cer tomo, en 1732, a partir de un Suple-
mento, en el que se empezó a trabajar
entonces, pero que no vio la luz, proba-
blemente postergado ante la necesi-
dad de abordar otras obras imprescin-
dibles para la institución: la Ortogra-
phía (1741) y la Gramática (1771)— pero
no abandonado: más de 13 000 voces
había alcanzado en 1751. Sin embargo,
la materialidad del concepto de diccio-
nario, tan vigente en la época, exigió
una reformulación del proyecto: esca-
sos los juegos completos del dicciona-
rio, podría ser inútil (por el lector que
tendría) publicar el Suplemento, y, para
solventar esta cuestión, se pensó en la
posibilidad de reimprimir (sin alterar
con correcciones sus páginas) el Dic-
cionario de autoridades. Sin embargo, se
desecharon estas ideas para abrazar un
proyecto más ambicioso: el de presen-
tar, en seis nuevos tomos, una versión
actualizada del diccionario académico.
Esta segunda edición de Autoridades
solo cristalizó en 1770 con dos letras en
el primer volumen (A-B), disponibles,
claro, en el NTLLE. Si bien la documen-
tación académica reeja cómo en 1776
el segundo volumen estaba tan adelan-
tado que se llevó a cabo el reparto de
tareas para el tercero; ninguno de estos
tomos, y menos aún los restantes, ve-
rían la luz. El resto de los trabajos de
preparación de la obra, por otro lado,
han sido publicados recientemente en
la página de la Academia.
¿Qué motivó el abandono de una ta-
rea aparentemente central para la Aca-
demia, como era la actualización de su
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gran obra? En el segundo capítulo «2.
El Diccionario de 1780» (pp. 19-29) si-
túa a la Academia en 1777 preocupada
por la tardanza en la culminación de su
obra: calculaba que la segunda edición
de Autoridades aún exigía varias déca-
das (una labor que habían de compa-
tibilizar con las censuras de obras que
solicitaba el Consejo de Castilla), prin-
cipal tarea a la que consagraban sus
esfuerzos. Dadas las circunstancias,
el nuevo director de la Academia, don
José Joaquín Bazán de Silva y Sarmien-
to, marqués de Santa Cruz, propuso un
nuevo formato de diccionario: más ma-
nejable (y económico) que satisficiera
una necesidad, la de guía lingüística,
que exigía un público incapaz de ac-
ceder a ejemplares de la primera obra.
Compendio en menor tamaño de la
obra existente, con tipografía más re-
ducida, se suprimirían etimología y au-
toridades (la entrada incorporaría voz,
calificación, correspondencia latina y
definicón). Se utilizarían los trabajos
publicados o en preparados para la 2.ª
edición de Autoridades, mientras que
para las restantes letras (esto es, desde
la d a la z) se recurriría a la primera edi-
ción. La urgencia de la empresa modifi-
có, en un frenético mes de abril de 1777,
el trabajo colegiado por el de un grupo
de seis académicos que trabajaron en el
compendio con tal premura que en una
semana pudieron proporcionar dos
pruebas: folio y cuarto, siendo el pri-
mer formato el elegido para una tirada
de 2000 ejemplares, manteniendo las
decisiones ortográficas de Autorida-
des (lo que, por otra parte, no se pudo
llevar a cabo completamente, dejando
restos de falta de uniformidad). Otro
problema de trabajar con materiales de
tres cronologías distintas, como apuntó
Seco, fue el de las remisiones, puesto
que los dos volúmenes nuevos presen-
taban envíos a voces que no recogía
Autoridades, por lo que hubo de elabo-
rarse una lista de artículos de remisión
(que no fue exhaustiva, por otro lado).
Para agiliar el proceso, una vez recibi-
das unas primeras pruebas, enviadas
en 1778 por Joaquín Ibarra, se decidió
que únicamente Antonio Murillo y Ma-
nuel Guevara cuidasen de la impresión,
mientras que otros dos académicos
(Vela y Uriarte) se encagarían de la fe de
erratas. La denominación de esta obra,
en principio Compendio, Compendio del
Diccionario o incluso Diccionario chico,
finalmente a partir de mayo de 1779
muta a simplemente de «Diccionario»,
publicado finalmente en 1780, con un
gran éxito editorial: desde agosto hasta
febrero de 1781 se venden aproxima-
damente la mitad de la tirada de 3000
ejemplares, por lo que se solicita per-
miso para una reimpresión que, como
indicaba la documentación que expone
el profesor Prieto García-Seco, asume
los trabajos que siguieron llevándose a
cabo más allá de agosto de 1780 (fecha
de publicación de la obra) y hasta febre-
ro del año siguiente (en trabajos que
alcanzaron, desde la signatura A hasta
la Nn), según consta en las actas de la
Academia del 15 de febrero de 1781).
La lectura atenta de la documentación
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Raúl Díaz Rosales
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académica permite anticipar lo que un
lector atento y minucioso comprobaría
en el cotejo de los volmenes emanados
como ediciones de 1780: uno de ellos
es en realidad edición mejorada que en
tirada de 4000 ejemplares se publica
presumiblemente en marzo de 1781,
con modificaciones que posteriormen-
te se integrarían en la 2.ª edición del
diccionario académico conocido como
«usual».
En el siguiente capítulo, «3. La im-
presión retocada del Diccionario de
1780: portadilla, portada, prólogo, abre-
viaturas, etc.» (pp. 31-46) nos alejamos
de una aproximación estrictamente
documental para abordar el proceso
metalexicográfico de estudio de las dos
obras. En primer lugar, proporciona el
autor una indispensable aclaración ter-
minológica: la falta de distinción, en la
época de la imprenta manual, entre los
términos edición e impresión, pues con
ambos se hacía alusión a un «número
determinado de ejemplares de una obra
impresos con una composición tipográ-
fica única» (p. 31), con la posibilidad de
añadir la especificación de «corregida y
aumentada». Expone los términos que
la bibliografía material, en el ámbito
anglosajón (Gaskell), ha acuñado para
abordar las diversas realidades materia-
les que podían surgir durante el proce-
so editorial: edición, impresión, emisión y
estado. Son los dos últimos los que inte-
resan en este caso, pues nos encontra-
mos ante una tirada de ejemplares con
diferencias frente a un primer modelo
de cuya composición tipográfica deriva.
A partir de estos parámetros teóricos,
los materiales identificados por el autor
de la obra reseñada constituiría una se-
gunda emisión con estados distintos de
la primera edición (1780), tanto por la
propia valoración académica como por
la propia realidad de maqueta que se
observa en sus páginas. El autor utiliza
la palabra reimpresión, aunque advierte
que no con el sentido actual, sino con el
de emisión, según lo utiliza la bibliogra-
fía técnica. Expone, asimismo, el desco-
nocimiento que los catálogos bibliográ-
ficos que han abordado los diccionarios
académicos han demostrado respecto a
esta obra (conde de la Viñaza, Cotarelo,
Aguilar Piñal o BICRES III). La ausen-
cia de noticias de esta índole obliga al
autor a establecer la distinción entre A
(así denomina la edición de 1780) y B
(la identificada por él, y para la que se
sirve de su propio ejemplar, así como
de dos ejemplares de la Biblioteca Pú-
blica de Nueva York y de la Biblioteca
Municipal de Lyon). Indica, tras la des-
cripción física del libro, dos cuestiones
de interés: la adición de una portadilla
en B, que omite la frase «reducido á un
tomo para su mas fácil uso», y, respec-
to a la fe de erratas, denominada «CO-
RRECCIONES», que cambian tanto de
extensión en el libro (de dos páginas
pasan a una) como de ubicación. Esta
ejemplar B mantiene, por otro lado, el
error de paginación (por duplicación)
de A, que se observa en las páginas 791-
792. De manera sistemática lo presenta
en «Figura 3. Descripción bibliográfica
del Diccionario de 1780 (A y B)» (p.
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38). Estos serían los cambios externos
observados en la obra, y, una vez rea-
lizada esta comprobación, se abordan
los cambios internos, es decir, los rela-
tivos al texto de la obra. Aquí despliega
el profesor Prieto García-Seco una su-
perlativa pericia de análisis tipográfico:
si bien es imposible condensar en una
reseña (también le dejamos al lector de
la obra ese placer) todas las observacio-
nes, permítaseme subrayar algunas que
reflejan la capacidad de análisis: así la
modificación de la posición de la virgu-
lilla o la tilde en algunas palabras de la
portada, perfeccionando la impresión;
la reordenación, en el listado de acadé-
micos, de dos miembros siguiendo el
orden de antigüedad como supernu-
merarios, o en la lista de abreviaturas,
entre ellos la corrección en B del olvido
de tres abreviaturas que había en la edi-
ción de 1780. Desvela entonces el au-
tor el verdadero alcance de los trabajos
realizados: no se llegó a la signatura Nn
(correntiar-crasicie), sino hasta la Rr (de-
crepitar-deraigar), esto es, se vieron afec-
tados los 40 primeros pliegos, hasta la
página 320, corrigiendo los académicos
las erratas que encontraron en las tres
primeras letras y parte de la letra D, lo
que explica la distinta configuración de
la fe de erratas de cada volumen: para
mantener el diseño deseado, se redujo
el listado desechando 48 propuestas: de
222 se pasó a 174. El hecho de reducir
la fe de erratas quedaba compensado
por la anteportada, por lo que los pre-
liminares eran cuatro páginas tanto en
A como en B. Este hecho (el de idéntica
extensión de la obra) ha propiciado que
no se hayan detectado estas diferencias
entre los volúmenes, si bien a partir de
la información obtenida por el autor, la
lectura de algunas fichas catalográficas
permite observar, por ejemplo, a partir
de la descripcón de anteportada, así
como de otros detalles, si estamos ante
un ejemplar de A o de B.
En el capítulo «4. La reimpresión
reotocada del Diccionario de 1780:
cuerpo de la obra» (pp. 47-96), el más
extenso de la obra, el autor se adentra
en el análisis de las modificaciones de
verdadero calado, que se encuentran en
el cuerpo de la obra. Así, inicia un me-
ticuloso cotejo desde la primera página
del diccionario en el que se notifican
cuestiones tipográficas como las modi-
ficaciones en el número de columnas,
lo que permite reconstruir un delicado
ejercicio de composición por parte de
los cajistas. Se señalan, así, cambios en
la justificación del texto, con compre-
siones o expansiones, motivadas por
un criterio estético, en su mayor parte,
aunque también obedecen a cambios
macro- y microestructurales. De este
modo, por ejemplo, la voluntad de fi-
jación de la ortografía obligó a revisar
signos ortográficos diacríticos acen-
to circunflejo (que se recupera a par-
tir de la Ortographía española de 1741),
diéresis y tilde (donde se producen
más cambios)—, la puntuación —pun-
to, punto y coma, dos puntos y, sobre
todo, coma—, así como el uso de la
interrogación o el paréntesis. Menor
número de cambios se observa en las
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letras, más allá de la modificación de
algunos de los lemas (se recupera, por
ejemplo, el grupo latino -bs-, que había
sido suprimido anteriormente). El aná-
lisis de la macroestructura revela mo-
dificaciones también en el orden, para
solventar problemas en el orden alfabé-
tico. También, sorprendentemente, se
observan modificaciones que mejoran
la edición de 1780 y que, sin embar-
go, no llegaron a la siguiente edición
(1783) del diccionario académico. Otra
modificación en la macroestructura,
de menos frecuencia que la anterior,
es la alteración ortográfica de algunos
lemas: como absorver y su familia léxi-
ca, que en esta nueva edición modifica
la -v- por -b-, aunque rectifique en la
edición de 1783. Otras modificaciones
tipográficas solventaron errores en la
consideración de entradas (en mayús-
cula) y subentradas (en versalita), que
se habían malinterpretado en algunas
ocasiones merced a una incorrecta elec-
ción del carácter (aunque también se
provocaron errores con esta operación).
Así, por ejemplo, vuelven a ser entra-
das independientes las acepciones «re-
cíporovocas» de algunos verbos que an-
teriormente se presentaban como una
sola entrada. Sin embargo, se fusionan
en una sola entrada, modificando el
criterio anteriormente aplicado, sus-
tantivos y participios (andado y arado).
Se corrige, por último, la lematización
errónea de altamar, entre altabaquillo
y altamente en A, que pasa a recoger-
se como subentrada de alta en B. El
análisis de la microestructura, parcial-
mente tratado en páginas anteriores
del libro al abordar las modificaciones
ortográficas, se centra ahora en lemas,
correspondencias latinas, definiciones
y el propio orden de la microestructu-
ra. Así, en los lemas, se cita un cambio
regresivo como el de mantener la grafía
-r- en lugar de la doble grafía -rr- para la
vibrante múltiples: así, boquirasgado o
boquirubio vuelven a escribirse en B con
una sola r asumiendo las indicaciones
de la Ortografía de 1779. Las marcas,
por su parte, pueden verse alteradas
en B, respecto al texto de A, por la adi-
ción de marcas gramaticales, el cambio
de orden o incluso la supresión. Las
modificaciones en las equivalencias
latinas presentan un catálogo variado:
adición de coma, adición de correspon-
dencia latina o supresión de la misma.
Las modificaciones en las definiciones
proporcionaron una mayor coherencia
en el discurso lexicográfico, sin alterar
esencialmente la información propor-
cionada en A, cuestiones como la divi-
sión entre primer y segundo enuncia-
do, que introduce B y que no en todos
los casos mantuvo la edición de 1783,
como ocurre con otros delos adelantos
consignados. Se eliminaron, además,
la expresiones de equivalencia semán-
tica («que vale», «se toma por»). Otras
cuestiones señaladas, ejemplo de la mi-
nuciosidad de la lectura realizada, es la
de cursivas, versalitas. De mayor calado
serían las alteraciones en el orden mi-
croestructural de algunos artículos: se
cita el ejemplo de agua, cuyos conteni-
dos se ordenan en B alfabéticamente,
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prescindiendo de la prelación acepción
sustantivo en singular, luego en plural
y, finalmente, fraseológicas. También
se operaron alteraciones en el orden de
las acepciones de cortes.
En «5. Recapitulación y considera-
ciones finales» (pp. 97-101), resume
el autor la investigación realizada y re-
flexiona sobre varios interrogantes que
surgen en el análisis de este episodio
de la lexicografía académica. En primer
lugar, ¿cómo pudo permanecer des-
conocida esta versión del diccionario
académio? El autor remite a la propia
valoración de la Academia: no se tra-
taba más que un volumen entendido
como parte de la primera edición (una
de las dos emisiones de la obra). Pero
la rápida publicación de la 2.ª edición
(1783) haría que pronto se olvidara este
episodio de la construcción lexicográfi-
ca académica. No repararon ese error
dos publicaciones académicas que res-
cataron la primera edición de 1780 (a):
la edición fasimilar de 1991, con intro-
ducción de Manuel Seco y el Nuevo te-
soro lexicográfico de la lengua española.
Tampoco el tratamiento de catálogos
bibliográficos, que, en el mejor de los
casos, anotan características que per-
miten identificar como A o B el volu-
men, pero sin señalar esta duplicidad.
Respecto a la limitación en el contenido
retocado, cabe pensar que el ritmo de
trabajo que se observó en la revisión del
primer tercio de la obra hubiera llevado
a fechar en 1782 una revisión completa,
haciendo poco razonable conservar la
fecha de 1780 en la portada en un volu-
men que se publicó en 1781, en marzo
posiblemente.
Cierran el volumen las «Referen-
cias bibliográficas» (pp. 103-106) y una
serie de cuatro apéndices que aportan
una gran riqueza al texto, como la re-
producción digitalizada del «Plan de
trabajo del Diccionario de 1780 (Libro
de acuerdos de la Academia, 10 de abril
de 1777» (pp. 107-109), la «Cronología
de la primera impresión del Dicciona-
rio de 1780 (A-Z y Suplemento)» (pp.
111-115), la «Cronología de la impresión
retocada del Diccionario de 1780 (A-de-
raigar)» (pp. 117-119) y, de nuevo, una
reproducción digitalizada, en este caso
de la «Primera página del Diccionario
de 1780 (A y B)» (pp. 121-123).
Aunque el lector no necesita de la
redundancia de esta conclusión (una
vez leídos los párrafos precedentes), no
fatigará la lectura el encomio de este li-
bro en dos vertientes: la primera, la del
hallazgo, tan inesperado como funda-
mental para al estudio de la lexicografía
académica; la segunda en la que la
serendipia queda sustituida por la vo-
luntariosa y esforzada -labor del autor
obliga a valorar la documentación abun-
dante, precisa, y la síntesis que ofrece
el autor tanto en la reconstrucción cro-
nológica de los acontecimientos como
en el fino análisis metalexicográfico
que nos proporciona. La extensión de
la obra contrasta con la abundancia de
datos y la generosidad del material grá-
fico proporcionado. Cualquier aspecto
de la investigación filológica fía en los
detalles sus posiblidades de trascender
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la anécdota o la descripción paisajística.
Una muestra paradigmática de ello son
las que ofrece Un eslabon recuperado de
la lexicografía española, pulcro modelo
de investigación que desvela y radiogra-
fía un descubrimiento fundamental en
la reconstruccion del nacimiento del
diccionario académico.
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