Divulgación, Revisión y ensayos
Revista de economía mundial 69, 2025, 225-244
ISSN: 1576-0162
DOI: http://dx.doi.org/10.33776/rem.v0i69.8366
cRisis eneRgética euRopea y ReconfiguRación
De la Relación tRansatlántica
EuropEan EnErgy Crisis and thE rEConfiguration
of thE transatlantiC rElationship
Federico Steinberg Wechsler
federico.steinberg@uam.es
Universidad Autónoma de Madrid
Ignacio Urbasos
iurbasos@rielcano.org
Real Instituto Elcano
Gonzalo Escribano
gescribano@cee.uned.es
Universidad Nacional de Educación a Distancia
Recibido: julio 2024; aceptado: noviembre 2024
Resumen
La crisis energética europea ha transformado las relaciones transatlánticas
al incrementar sustancialmente las importaciones europeas de gas y petróleo
estadounidense y desarrollar la cooperación en materia de sanciones a Rusia.
Estados Unidos se ha convertido en garante de la seguridad energética europea,
sustituyendo a Rusia como suministrador de gas y petróleo y evitando el
desabastecimiento de ambos mercados europeos. La cooperación en materia
de sanciones se explica por la actitud constructiva de la Administración
Biden, en contraste con el unilateralismo de su predecesor, permitiendo una
respuesta transatlántica coordinada y progresiva. Pese a la existencia de
fricciones en torno a la política industrial y climática desarrollada a ambos
lados del Atlántico, el nuevo papel de suministrador clave de gas y petróleo
adquirido por Estados Unidos y la cooperación sobre sanciones han permitido
reducir las tensiones surgidas inicialmente en torno al Inflation Reduction Act
(IRA), y en menor medida, el Carbon Border Adjustment Mechanism (CBAM). El
artículo analiza en qué medida el nuevo patrón de interdependencia energética
transatlántico y la cooperación en las sanciones a Rusia reconfiguran la relación
transatlántica y si refuerzan la autonomía estratégica europea. Se concluye
que la refuerzan, pero que intensifican la tradicional asimetría de la relación
y aumentan la exposición de la UE a una política exterior estadounidense
menos proclive a la cooperación y/o más sesgada hacia un modelo energético
introvertido.
Palabras clave: Estados Unidos, Unión Europea, relaciones transatlánticas
energía, geopolítica, economía internacional.
abstRact
The European energy crisis has transformed the transatlantic relationship
by substantially increasing European imports of US oil and gas and developing
cooperation on sanctions against Russia. The US has become a key contributor
to European energy security, replacing Russia as a supplier of oil and gas and
preventing shortages in the European market. Cooperation on sanctions is
explained by the constructive attitude of the Biden administration, in contrast
to the unilateralism of its predecessor, allowing for a coordinated and gradual
transatlantic response. Despite frictions over industrial and climate policy on
both sides of the Atlantic, the new role of the US as a key oil and gas supplier
and cooperation on sanctions has reduced tensions that initially arose over
the Inflation Reduction Act (IRA) and, to a lesser extent, the Carbon Border
Adjustment Mechanism (CBAM). This article analyzes the extent to which the
new pattern of transatlantic energy interdependence and cooperation on
sanctions against Russia reshapes the transatlantic relationship and whether it
reinforces European strategic autonomy or prolongs a pattern of asymmetric
interdependence. The conclusion is that it reinforces it but maintains the
traditional asymmetry of the relationship and increases the EU's exposure to
a US administration that is less inclined to cooperate and/or more prone to an
inward-looking energy model.
Keywords: United States, European Union, transatlantic relations, energy,
geopolitics, international economics.
JEL Classification/ Clasificación JEL: F13, F50, F51, Q48.
Revista de economía mundial 69, 2025, 225-244
1. intRoDucción
La crisis energética europea se inició antes de la invasión rusa de Ucrania
de febrero de 2022, cuando Rusia redujo paulatinamente los suministros
de gas a la Unión Europea (UE), recurriendo a la energía como arma política
ante una guerra inminente. La situación se agravó en marzo de 2022, cuando
Gazprom interrumpió el suministro a varios clientes europeos, después
de que Rusia exigiera el pago del gas natural en rublos como respuesta a
las restricciones europeas sobre el sistema bancario ruso (Urbasos, 2023).
Unos meses después, el sabotaje de los gasoductos Nord Stream, agravó la
profundidad de la crisis e intensificó la percepción de vulnerabilidad de las
infraestructuras críticas.
Los precios del gas en el TTF neerlandés, la referencia europea, alcanzaron
máximos históricos de 319,98 €/MWh en agosto de 2022, unas 15 veces los
niveles de antes de la guerra, generando incrementos similares en los precios
de la electricidad de los mercados mayoristas nacionales (Comisión Europea,
2023a). Estos incrementos pusieron a la UE al borde de la recesión, y economías
centrales como Alemania no pudieron evitarla. La crisis dio lugar a medidas
de política energética excepcionales por parte de los Estados Miembros y la
UE, cristalizadas en el plan de choque REPowerEU. Estas medidas incluyeron
el impulso a la diversificación de las fuentes de suministro de petróleo y gas,
la aceleración del desarrollo de energías renovables autóctonas y la mejora
de las interconexiones dentro de la UE. Los Estados Miembros apoyaron a
ciudadanos e industrias, además de promover un notable esfuerzo de ahorro
energético por parte de los hogares.
En la dimensión internacional, la crisis energética obligó a la UE a una
profunda reflexión sobre los riesgos para su autonomía estratégica del
patrón de interdependencia que entraña el régimen energético basado en
los combustibles fósiles, que vinieron a sumarse a las preocupaciones por su
dependencia de Estados Unidos en materia de seguridad y defensa.
Estados Unidos ha tenido un papel primordial en la desvinculación energética
europea de Rusia, así como en liderar y coordinar el apoyo occidental militar
y económico a Ucrania. La cooperación transatlántica se ha intensificado en
todos los ámbitos, y en el energético – sobre todo a través del gas natural
licuado (GNL) – lo ha hecho tras años de tensiones y de reproches de Estados
Unidos a Europa por su dependencia energética de Rusia. La invasión rusa de
Ucrania supuso un punto de no retorno en las relaciones europeas con Rusia.
228 Federico Steinberg Wechsler · Ignacio Urbasos · Gonzalo Escribano
La idea abanderada por Alemania desde la caída de la Unión Soviética de que
la interdependencia económica y energética entre la UE y Rusia terminaría
por aproximar a ésta a los postulados de la democracia liberal ha quedado
relegada a un sueño imposible o más bien a un monumental error de cálculo.
El símbolo de este cambio de paradigma y del abandono del enfoque de
“transformación a través del comercio” o Wandel durch Annäherung (Meister,
2014) es la interrupción del suministro de gas natural entre Rusia y varios de
sus antiguos principales clientes en la Unión Europea, como Alemania.
El protagonismo de Estados Unidos en el desacoplamiento energético de
Rusia y en el apoyo militar a Ucrania ha generado dudas sobre la efectividad
de los esfuerzos de la UE para fortalecer su autonomía estratégica. Este
concepto, utilizado por el Consejo de la UE desde hace más de una década,
es entendido como la capacidad de actuar de manera independiente cuando
sea necesario y en colaboración con socios siempre que sea posible (Borrell,
2019). El mencionado apoyo energético estadounidense a la UE se enmarca
en un contexto de creciente asimetría en la relación transatlántica en favor de
Estados Unidos, precisamente en un momento en que la UE había decidido
reforzar su autonomía estratégica y seguridad económica, buscando reducir
dependencias, incluidas aquellas con Washington (Steinberg, 2024; Steinberg
y Wolff, 2023). De acuerdo con Womack (2016) la asimetría en las relaciones
interestatales se produce cuando, como resultado de una confluencia de
factores de poder, uno de los socios goza de mayor libertad de acción que el
otro, obteniendo así una posición dominante. En estas situaciones, la potencia
más fuerte es capaz de influir sobre la más débil, sin necesariamente traducirse
en un control o dominio total sobre sus políticas (ibid.).
Al abordar las interacciones estratégicas entre Estados Unidos y Europa,
resulta vital tener en cuenta la naturaleza distintiva de esta relación, única en
el mundo por el carácter de alianza política, militar, económica, de valores
y ahora también energética (Dekeyrel, 2023). De hecho, existe una suerte
de contrato implícito entre ambas partes construido en torno a la hegemonía
estadounidense, los intereses compartidos, el diálogo continuado y las reglas
y normas acordadas (Ikenberry, 2008). Sus fundamentos sistémicos son la
democracia liberal y el capitalismo, y se mantiene unida por una densa red de
mecanismos de cooperación y acuerdos formales, en cuyo centro se encuentra
la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Esa cooperación es
asimétrica, y se basa en la idea de que Estados Unidos proporciona a sus
socios europeos protección en materia de seguridad y acceso a los mercados,
tecnología y suministros estadounidenses en el contexto de una economía
global abierta. A cambio, los países europeos aceptan ser socios fiables que
proporcionan apoyo diplomático, económico y logístico a Estados Unidos en
su liderazgo del orden internacional. Según Ikenberry (2008), este “Orden
Político Atlántico” ha tenido momentos de crisis y ha ido evolucionando,
pero se ha mantenido sólido. La cooperación energética transatlántica tras la
invasión rusa de Ucrania debe enmarcarse en este contexto más amplio.
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Crisis energétiCa europea y reConfiguraCión de la relaCión transatlántiCa
revista de eConomía mundial 69, 2025, 225-244
Por una parte, el dinamismo económico y tecnológico de Estados Unidos
ha generado una creciente brecha de prosperidad e innovación a ambos lados
del Atlántico.1 El crecimiento de la productividad es notablemente mayor
en Estados Unidos (Schnabel, 2024) y, además, Washington ha sido capaz
de reaccionar más rápida y eficazmente a las crisis de los últimos años (en
especial, a la financiera de 2008) que la UE. Esta mayor capacidad económica
estadounidense viene a sumarse a la histórica dependencia europea del
paraguas de seguridad norteamericano (y de la OTAN), que se ha vuelto a
poner de manifiesto con la invasión rusa de Ucrania.
Este artículo analiza el impacto en las relaciones energéticas transatlánticas
de la invasión rusa de Ucrania en 2022 para determinar en qué medida el nuevo
patrón de interdependencia energética transatlántico y la cooperación en las
sanciones a Rusia han reconfigurado la relación transatlántica. En particular, se
explora si esta reciente transformación contribuye a la autonomía estratégica
europea pese a perpetuar un patrón de interdependencia asimétrica que,
ahora, se extiende al ámbito de la seguridad energética. Para ello, presenta
primero la situación previa a la crisis energética, marcada por las tensiones
derivadas de la histórica relación de (inter)dependencia entre la UE y Rusia y
el impacto geopolítico del rápido desarrollo del petróleo y gas de esquisto en
Estados Unidos. A continuación, se analizan tres elementos de la respuesta
transatlántica a la crisis energética europea: la contribución estadounidense a
la seguridad de suministro energético de la UE, la cooperación en las sanciones
a Rusia y las pulsiones entre el diálogo y el conflicto en aquellas políticas
industriales y comerciales con implicaciones energéticas. Posteriormente se
presentan las transformaciones estructurales de esta crisis; principalmente,
la confirmación de Estados Unidos como nuevo garante de la seguridad
energética de la UE y el nuevo papel de la seguridad económica frente al
paradigma del multilateralismo y la interdependencia en el que tan cómoda se
encontraba la UE (Steinberg y Wolff, 2023).
El análisis lleva a concluir que esa nueva relación transatlántica contribuye
al aumento de la autonomía estratégica y energética de la UE al permitir una
mayor diversificación de sus fuentes de abastecimiento energético y contar
con Estados Unidos, un socio más alineado geopolíticamente que Rusia,
que no más barato, como principal suministrador de gas. Sin embargo, esta
nueva realidad mantiene y refuerza la tradicional asimetría de la relación
1 Como destacan Shapiro y Pulierin: “En la medida más cruda del PIB, Estados Unidos ha superado
espectacularmente a la UE y al Reino Unido juntos en los últimos 15 años. En 2008, la economía de
la UE era algo mayor que la estadounidense: 16,2 billones de dólares frente a 14,7 billones. En 2022,
la economía estadounidense había crecido hasta los 25 billones de dólares, mientras que la UE y el
Reino Unido juntos sólo habían alcanzado los 19,8 billones. La economía estadounidense es ahora
casi un tercio más grande. Es más de un 50% mayor que la UE sin el Reino Unido” (Shapiro y Pulierin
2023, 5). Asimismo, como documenta Rachman (2023), las siete mayores empresas tecnológicas
por capitalización bursátil son todas estadounidenses, y sólo hay dos empresas europeas entre
las veinte primeras. Del mismo modo, los países europeos están rezagados en la fabricación de
semiconductores y otras tecnologías punteras cruciales para el crecimiento de la productividad.
230 Federico Steinberg Wechsler · Ignacio Urbasos · Gonzalo Escribano
transatlántica (en favor de Estados Unidos) y aumenta la exposición de la UE a
una administración estadounidense menos proclive a la cooperación y/o más
sesgada hacia un modelo energético introvertido.
2. la Relación eneRgética tRansatlántica antes De la invasión De ucRania
El paisaje energético previo a la agresión rusa a Ucrania en febrero de
2022 y la crisis energética europea que la siguió estuvo marcado por dos
vectores clave, uno a cada lado del Atlántico: las tensiones ocasionadas por
la estrecha relación energética entre la UE y Rusia, y los efectos geopolíticos
del rápido desarrollo del petróleo y gas no convencional en Estados Unidos.
Respecto a las primeras, los intercambios energéticos entre la UE y Rusia
llevaban décadas provocando tensiones en las relaciones transatlánticas. En
la década de 1980, la Administración Reagan trató de impedir por medio de
sanciones la construcción de una red de gasoductos destinada a abastecer por
primera vez el mercado de Europa occidental, la continuación energética de
la Ostpolitik de Willy Brandt (Forsberg, 2016). Alemania, junto a otros países
europeos, creían en la existencia de una sólida interdependencia basada en la
complementariedad de la necesidad europea de acceder a recursos energéticos
y la ausencia de un mercado alternativo para el gas ruso, minimizando los
riesgos (geo)políticos y sociales que la literatura asociaba con Rusia (García-
Verdugo et al., 2015). El gasoducto Nord Stream 1, presentado al mundo en
2005 y finalizado en 2012, fue el máximo exponente de esta visión (Vihma y
Wigell, 2016). Lo que para Alemania era una relación estrictamente comercial:
Nord Stream redundaba en menores precios del gas y riesgo geopolítico
asociado al tránsito por Ucrania, era percibido en Kiev, Varsovia y Washington
con recelo, especialmente después de las sucesivas crisis del gas de 2006 y
2009 (Escribano, 2012; Vatansever, 2017). La principal crítica al Nord Stream
era que no proporcionaba más gas natural a Europa, sino que simplemente
redirigía los flujos que transitaban por Ucrania directamente a Alemania
(Eser et al., 2019).Durante estos años y en el contexto de la liberalización
del sector energético, Gazprom se convirtió en un actor emergente del sector
gasista europeo con presencia en la fase de comercialización y una importante
participación en la red de almacenes subterráneos europeos gracias a asset
swaps con empresas europeas (BASF, OMV, Uniper) que a su vez lograron
acceso al sector energético ruso. El vaciado sistemático de los almacenes
de gas controlados por Gazprom (Figura 1) fue posteriormente un elemento
indispensable para disparar los precios del gas natural en los meses previos a
la invasión de Ucrania (Milov, 2022).
La crisis de Ucrania de 2014 supuso un punto de inflexión (Siddi, 2016).
Estados Unidos encabezó el grupo de países críticos con la relación energética
UE-Rusia y se opuso frontalmente en 2015 al anuncio de construir Nord
Stream 2. Si Nord Stream 1 ya había hecho de Alemania un importante re-
exportador de gas ruso a su vecindario, un segundo gasoducto eliminaba la
necesidad de tránsito por Ucrania sin, de nuevo, traer volúmenes adicionales
231
Crisis energétiCa europea y reConfiguraCión de la relaCión transatlántiCa
revista de eConomía mundial 69, 2025, 225-244
al mercado europeo (Wood, 2023), socavando la unidad del espacio geo-
energético de la UE (Mañé-Estrada, 2006). La llegada de Donald Trump a la
Casa Blanca en 2017 aumentó la presión sobre Alemania para paralizar la
construcción del Nord Stream 2. En aquel momento, el desarrollo del shale
gas convierte a Estados Unidos en un importante exportador de GNL y los
metaneros comenzaron a llegar a los puertos europeos. Trump impulsó una
ambiciosa agenda de “América primero” destinada a transformar Estados
Unidos en una superpotencia energética mundial e incrementar su influencia
geopolítica sobre los importadores de hidrocarburos (Guliyev, 2020). La gran
excepción fue Alemania que, pese a ser el principal importador de gas natural
en Europa, optó por no construir ninguna planta regasificadora aduciendo
criterios comerciales (de Jong, 2023).
El momento álgido de la tensión transatlántica llegó durante un discurso
en la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2018, en el que el
presidente Donald Trump aleccionó a Alemania sobre los peligros de depender
excesivamente del gas y petróleo rusos (Bocse, 2018). Este discurso, percibido
negativamente en muchas cancillerías europeas como una maniobra para
vender el GNL estadounidense, terminaría por ser profético. Un año después,
en diciembre de 2019, la Administración Trump firmó la Ley de Autorización de
Defensa Nacional, que impuso sanciones a cualquier empresa que asistiera a
Gazprom en la finalización del gasoducto, paralizando su desarrollo. Pese a los
retrasos en la construcción del Nord Stream 2, el gas ruso continuó ganando
cuota de mercado en la UE y pasó en menos de una década de representar
figuRa 1. evolución De los volúmenes De gas en los almacenamientos pRopieDaD De u opeRaDos
poR gazpRom
Fuente: Comisión Europea (2023b).
232 Federico Steinberg Wechsler · Ignacio Urbasos · Gonzalo Escribano
el 35% de las importaciones en 2010 a un 45% en 2019 (Comisión Europea,
2022).
La oposición al gasoducto continuó con la llegada de la Administración
Biden y, en marzo de 2021, el Secretario de Estado Antony Blinken describió
el gasoducto como “un proyecto geopolítico ruso destinado a dividir Europa
y debilitar la seguridad energética europea” (Wintour, 2021). Precisamente, el
Nord Stream 2 fue uno de los temas más destacados de la última visita de la
canciller Merkel a Washington en julio de 2021. En esa visita, Biden decidió
no imponer sanciones a las empresas alemanas involucradas en el proyecto,
declarando que “los buenos amigos pueden discrepar.” El gesto, considerado
como un acto de buena fe destinado a revitalizar las deterioradas relaciones
transatlánticas, facilitó la continuación de la construcción del gasoducto, que,
para septiembre de 2021, ya estaba terminado. Sin embargo, Nord Stream II
nunca entraría en servicio por la oposición de varios reguladores europeos y de
la propia Comisión, además de las sanciones impuestas por Estados Unidos.
La invasión de Ucrania impidió su puesta en funcionamiento, y siete meses
después era saboteado e inutilizado dando lugar a múltiples especulaciones
acerca de los responsables últimos (de Jong, 2024).
Respecto a las implicaciones geopolíticas de la denominada revolución
del fracking o fractura hidráulica, ésta había convertido en 2019 a Estados
Unidos en el mayor productor mundial de petróleo y gas (Dreyer y Stang,
2022). En menos de una década, pasó de ser un importador preocupado por
su seguridad de suministro a un exportador que competía por aumentar su
cuota de mercado en el mundo (Guliyev, 2020). La velocidad del desarrollo de
las cuencas petroleras asociadas al fracking superó en muchas ocasiones las
previsiones más optimistas, resistiendo a los intentos de la OPEP por frenar
su avance con una guerra de precios en 2014 (Ansari, 2017) o la pandemia
del Covid-19 en 2020. Este crecimiento, casi imparable, contrasta con la
producción de hidrocarburos en la UE, que se redujo entre 2012 y 2022
en un tercio para el petróleo crudo y más de la mitad para el gas natural2,
ante el agotamiento natural de los yacimientos tradicionales, la salida del
Reino Unido tras el Brexit y, entre otros factores, una geología y un contexto
socioeconómico poco propicio para replicar la experiencia estadounidense
con el fracking (Bomberg, 2017).
Los hidrocarburos estadounidenses pronto inundaron el mercado
internacional, dirigiéndose inicialmente hacia Asia y América Latina. Se ha
estimado que el aumento de la producción de petróleo de esquisto reduce
los precios del petróleo entre un 24% a corto plazo y un 48% a largo plazo,
reduciendo la volatilidad entre un 8% y un 23% en los horizontes temporales
respectivos (Balke et al., 2024). Los efectos geoeconómicos también han sido
2 Según el Energy Institute (2023) la producción de crudo en la UE pasó de 736.000 barriles diarios
en 2012 a 499.000 en 2022, en el caso del gas natural, de 134.000 metros cúbicos anuales (bcm)
en 2012 a 59.100 metros cúbicos en 2022.
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revista de eConomía mundial 69, 2025, 225-244
importantes, al reducir el poder de mercado de la OPEP en los mercados del
petróleo y aumentar la resiliencia de los países consumidores (Kim, 2020).
En el mercado europeo del gas, el GNL de Estados Unidos se presentó como
una alternativa a los tradicionales suministradores por gasoducto y como una
palanca de diversificación energética de Rusia para los Países bálticos, Polonia
o Croacia; o de Argelia para España. Más allá de elementos geopolíticos o
de seguridad energética, el desarrollo del GNL en Estados Unidos produjo
un efecto transformador en el mercado del gas, haciéndolo más flexible y
eficiente. Los contratos de GNL firmados con las terminales estadounidenses
introdujeron una novedad al eliminar las cláusulas de destino, otorgando
la posibilidad de decidir el puerto de entrega del gas natural por parte del
comprador. Estos nuevos contratos facilitaron la aparición de los denominados
portfolio players o agregadores de demanda, empresas energéticas en su
mayoría europeas que adquieren suministros de GNL de diversos orígenes y
sirven de intermediarios. Durante la crisis energética, serían estos contratos
los que permitirían una rápida basculación hacia la UE de las exportaciones
de gas estadounidenses inicialmente contratadas para el mercado asiático
(Tagliapietra, 2023).
3. la Respuesta tRansatlántica a la cRisis eneRgética euRopea
La crisis energética ocasionada por la invasión rusa de Ucrania ha tenido
un fuerte impacto sobre la economía global. Yagi y Managi (2023) estiman que
la fuerte subida de los precios del petróleo en los cinco meses que siguieron
a la invasión rusa de Ucrania supuso una merma del 2,85% del PIB global
anual, unos 2,7 billones de dólares. El impacto fue especialmente severo para
la economía europea. Colgan et al. (2023) estiman que Europa incurrió en
entre 517.000 y 831.000 millones de euros en costes de mercado adicionales
debido al aumento de los precios entre octubre de 2021 y diciembre de 2022,
a lo que deben añadirse casi un billón más de gasto fiscal en infraestructura
y políticas energéticas. El impacto sobre los mercados de gas natural
europeo fue sustancialmente más fuerte que el padecido por Estados Unidos
o los mercados asiáticos (Aizenman et al., 2024). Otros análisis matizan el
impacto económico de la crisis limitándola al corto plazo y destacando, en
mayor medida, los efectos a largo plazo de la transformación energética y el
despliegue de renovables (Hartvig et al., 2024). Alemania fue uno de los países
más afectados: la producción mensual disminuyó un 4,1% tras el inicio de
la guerra en Ucrania, pero las empresas alemanas salvaguardaron el empleo
recurriendo a la jornada reducida, cuyas notificaciones aumentaron un 24,1%
(Hutter y Weber, 2023).
En este contexto, la invasión rusa de Ucrania renovó la cooperación
transatlántica, especialmente en materia de seguridad de suministro energético
y sanciones a Rusia. La cooperación transatlántica en materia de sanciones fue
especialmente relevante gracias a una actitud constructiva de la Administración
Biden, en claro contraste con el unilateralismo de su predecesor, permitiendo
234 Federico Steinberg Wechsler · Ignacio Urbasos · Gonzalo Escribano
una respuesta coordinada y progresiva. Finalmente, pese a la aprobación de
medidas de política industrial y comercial estadounidenses contrarias a las
normas multilaterales de comercio, el diálogo ha permitido desescalar las
tensiones surgidas en torno al Inflation Reduction Act (IRA) estadounidense y
el Carbon Border Adjustment Mechanism (CBAM) europeo. A continuación, se
analizan estos tres asuntos.
El rápido aumento de la producción no convencional en Estados Unidos y
la crisis energética en Europa han hecho que la tradicional dependencia de la
UE en materia de seguridad se haya extendido a la seguridad de suministro de
combustibles fósiles. Aunque la UE ha buscado diversificar fuentes alternativas
a Rusia, ha sido Estados Unidos quien ha realizado una aportación más
relevante: las importaciones de gas natural han pasado de representar en
2021 el 4.6% a un 23.4% en 2023 (Figura 2), en el caso del petróleo, de un
8.1% a un 18.7% respectivamente (Eurostat, 2023).
Aunque el incremento de las exportaciones estadounidense se explica
principalmente por razones comerciales, contó con apoyo político y diplomático
figuRa 2. impoRtaciones tRimestRales De gas natuRal De Rusia, estaDos uniDos y otRos
suministRaDoRes en la unión euRopea (Q1 2021 - Q4 2023, millones De metRos cúbicos/
tRimestRe)
Fuente: Elaboración propia a partir de Zachmann et al., 2024.
235
Crisis energétiCa europea y reConfiguraCión de la relaCión transatlántiCa
revista de eConomía mundial 69, 2025, 225-244
a partir del establecimiento de la EU-US Task Force on Energy Security para
coordinar el desvío de cargamentos de GNL destinados contractualmente a
Asia hacia la UE. Dado que se trata de acuerdos entre actores privados y
normalmente en condiciones de confidencialidad, es complicado establecer
la influencia real de esta plataforma en el incremento de las llegadas de GNL
estadounidense a la UE (gráfico 2).
A pesar de la evidente contribución de Estados Unidos a la seguridad
energética europea, los altos precios del gas natural en 2022 generaron
recelos en algunas cancillerías europeas por el supuesto lucro que la crisis
había generado en exportadores y aliados como Estados Unidos y Noruega,
así como por el temor a generar nuevas dependencias. Aunque hubo críticas,
incluida la del presidente Emmanuel Macron (Nussbaum, 2022), la realidad
es que los principales beneficiarios de los altos precios del GNL en Europa
fueron los intermediarios que aprovecharon su capacidad de arbitraje entre
mercados para obtener grandes márgenes comerciales (Sharples, 2023). Los
compradores estadounidenses de GNL son por lo general grandes empresas
energéticas internacionales y traders de Asia y Europa3, que compran GNL
a precios basados en la referencia Henry Hub más una tarifa de licuefacción.
Estos compradores asumen el riesgo y los beneficios de las fluctuaciones
mundiales de los precios internacionales del gas natural, beneficiándose
cuando los precios en Europa o Asia son altos y absorbiendo las pérdidas
cuando son bajos.
Respecto a las sanciones en respuesta a la invasión rusa de Ucrania, tanto
la UE como Estados Unidos han impuesto sanciones al sector energético
ruso de forma coordinada, especialmente a través del G7. Estados Unidos,
que presentaba una dependencia mucho menor de los hidrocarburos rusos4,
prohibió la importación de carbón, gas natural y petróleo desde Rusia a las
pocas semanas del comienzo de la invasión. Para la UE, el proceso de restringir
las importaciones rusas ha sido más complejo, al requerir unanimidad en un
Consejo de la UE compuesto por 27 Estados Miembros con diversos intereses
políticos y comerciales (Batzella, 2024; Mišík y Nosko, 2023). Hasta la
fecha, la UE ha implementado sanciones sobre las importaciones de carbón,
de petróleo crudo por vía marítima y productos petrolíferos. La ausencia
de sanciones a la compra de gas natural en la UE es destacable y responde
tanto a motivos económicos, por el temor a un nuevo incremento de precios;
como políticos, por la oposición frontal de algunos Estados Miembros como
Hungría (Batzella, 2024). La Administración Biden se ha mostrado flexible
3 De acuerdo al informe anual de 2023 del International Group of LNG Importers (GIIGNL, 2023),
las empresas europeas con los principales contratos de suministro a largo plazo en 2022 con origen
Estados Unidos eran TotalEnergies, Engie, BP, Shell, Naturgy, Edison, Repsol, EDF, Orlen y Endesea;
las asiáticas GAIL, CNPC, Pertamina, Sumimoto, Mitsubishi, Mitsui, Tokyo Gas, Kogas, SK, Jera y
Osaka Gas.
4 Para el caso del petróleo, de acuerdo a la Energy Information Administration (EIA) en 2021 el
petróleo ruso representó el 3% de las importaciones de EEUU, en cuarto lugar, por detrás de Canadá,
xico, Saudí Arabia.
236 Federico Steinberg Wechsler · Ignacio Urbasos · Gonzalo Escribano
y comprensiva con la situación europea, aceptando los tiempos marcados
desde Bruselas para el desacoplamiento energético de Rusia y la necesidad
de estabilizar los mercados energéticos. En particular, no imponer sanciones
integrales sobre Gazprom o Novatek similares a las impuestas a la venezolana
PDVSA en 2019, ha sido clave para que la UE continúe importando gas natural
ruso mientras prepara su desconexión definitiva.
La política de precios máximos del G7 sobre el petróleo ruso, aplicado
desde diciembre de 2022, ha sido, junto con la congelación de activos rusos en
occidente, el caso más destacado de cooperación transatlántica en materia de
restricciones geoeconómicas. Con el objetivo de reducir los ingresos de Rusia
para sus esfuerzos bélicos, pero manteniendo al mismo tiempo la estabilidad
en los mercados (lo que requiere que el petróleo ruso siga fluyendo), prohíbe a
las compañías occidentales de transporte marítimo, de seguros y de reaseguros
el manejo de cargamentos de crudo ruso en todo el mundo, a menos que se
venda por un precio máximo de 60 dólares por barril (Johnson et al., 2023).
Aunque inicialmente tuvo un impacto sustancial, estimado en un descenso en
los ingresos fiscales rusos de más de 32.000 millones de euros durante 2023,
el equivalente al 14% de los ingresos fiscales por las exportaciones de petróleo,
posteriormente ha ido perdiendo efectividad (Myllyvirta et al., 2023). Moscú
ha conseguido evadir progresivamente el impacto de esta medida vendiendo
su crudo a clientes asiáticos y desplegando una enorme flota de petroleros
controlados por empresas pantalla de dudosa transparencia (Ibid.). El G7 ha
respondido imponiendo sucesivas sanciones sobre esta flota, dificultando el
comercio de petróleo ruso por encima del precio establecido, aunque sin lograr
erradicarlo. Rusia, por tanto, ha podido seguir obteniendo flujos financieros
(recordemos que sus stocks de reservas en Occidente fueron congelados en
2022), que le han permitido mantener el esfuerzo bélico.
Esta intensa cooperación transatlántica en materia energética y militar –
que incluye incluso la ampliación de la OTAN y que da lugar a un “momento
dulce” de la relación entre Estados Unidos y la UE tras los convulsos años de la
Administración Trump, no significa que no se estén produciendo tensiones en
materia económica y comercial. En las últimas décadas ha habido numerosas
fricciones comerciales entre ambas orillas del Atlántico. Éstas escalaron
cuando Trump comenzó a tratar a la UE como un rival económico y no como
un aliado geopolítico, abandonó las negociaciones del acuerdo transatlántico
de comercio e inversiones (TTIP) y estableció aranceles sobre el acero y el
aluminio de la UE. Desde la llegada al poder de Biden en 2021, la relación
comercial transatlántica tampoco ha estado exenta de desencuentros. Aunque
se retiraron los aranceles y se estableció el Trade and Technology Council, un
foro informal de diálogo en materia de comercio y tecnología entre Estados
Unidos y la UE, la deriva aislacionista y proteccionista norteamericana ha
continuado (Steinberg, 2023).
De hecho, la aprobación del IRA por parte de Estados Unidos en agosto
de 2022 ha generado importantes roces. El IRA es un ambicioso paquete de
política industrial y climática dotado con un mínimo de 400.000 millones
237
Crisis energétiCa europea y reConfiguraCión de la relaCión transatlántiCa
revista de eConomía mundial 69, 2025, 225-244
de dólares en subsidios (susceptible de ser ampliado) e incompatible con
la normativa de la Organización Mundial del Comercio (OMC) al incorporar
cláusulas de “Buy American” que discriminan a los productores europeos.
Aunque la UE dio la bienvenida a las medidas estadounidenses para luchar
contra el cambio climático, y aunque la dotación del IRA fuera similar a la
prevista en el Green Deal Europeo (Kleimann et al., 2023), Bruselas expresó
sus protestas tanto por el ataque al sistema multilateral de comercio basado
en reglas que suponen el plan estadounidense como por el riesgo que podría
suponer para la industria europea, sobre todo en el sector del automóvil. Sin
embargo, dada la dependencia europea de Estados Unidos en materia de
seguridad y defensa en el contexto de la guerra en Ucrania, la UE no tuvo más
remedio que aceptar las medidas unilaterales (sin tan siquiera denunciarlas
ante la OMC) y plantear cómo mejorar la competitividad de su economía,
especialmente bajando los costes energéticos, que siguen siendo notablemente
superiores a los de Estados Unidos.
Otra medida climática-comercial que ha creado fricciones ha sido la
aprobación del CBAM por parte de la UE en 2023. Se trata de un “arancel
verde” que la UE establecerá progresivamente a partir de 2026 sobre las
importaciones de aluminio, hierro y acero, cemento, fertilizantes, electricidad
e hidrógeno (Steinberg et al., 2023). Su objetivo es evitar que productos con
elevadas emisiones de gases de efecto invernadero entren en el mercado
europeo y compitan deslealmente con aquellos producidos en los Estados
Miembros y sometidos al sistema de Comercio de Emisiones de la UE. Aunque
su impacto sobre los productos estadounidenses será bajo, por el escaso
comercio bilateral de los productos afectados y la intensidad de carbono de la
economía de Estados Unidos, erróneamente en Washington se ha interpretado
el CBAM como una respuesta al IRA (ibid.). Esta interpretación es errónea, ya
que la UE había anunciado su intención de establecer algún tipo de arancel
de carbono mucho antes de que si quiera se iniciaran las negociaciones del
IRA. En cualquier caso, representa un choque entre las formas de atajar el
cambio climático a ambos lados del Atlántico: los subsidios a la producción en
Estados Unidos y los impuestos para modificar incentivos en la UE. Aunque lo
ideal sería que ambos bloques fijarán un precio unificado a las emisiones de
carbono (que pudiera después “exportarse” al resto del mundo o ser la base
de un acuerdo multilateral en la OMC) y coordinaran sus subvenciones para
acelerar la transición energética, parece poco probable que se produzca una
convergencia entre ambos enfoques.
4. tRansfoRmaciones estRuctuRales en la Relación tRansatlántica
Como se ha señalado, la invasión rusa de Ucrania y la crisis energética
han reconfigurado profundamente los flujos energéticos del petróleo y gas,
transformando la estructura de suministradores de la UE (LaBelle, 2024).
Hasta 2021, Rusia era el proveedor dominante de gas natural y petróleo,
con mercados cautivos en Europa Central y del Este por la ausencia de
238 Federico Steinberg Wechsler · Ignacio Urbasos · Gonzalo Escribano
infraestructura que les diera acceso a suministradores alternativos. Desde el
otoño de 2021, la utilización del suministro energético como una herramienta
geopolítica por parte del Kremlin, y posteriormente las sanciones europeas,
han reducido sustancialmente esta relación comercial. De acuerdo con los
objetivos de REPowerEU, se espera que para 2027 la UE elimine por completo
las importaciones de hidrocarburos de Rusia y para ello, se está construyendo
la infraestructura energética necesaria: despliegue masivo de renovables,
nuevas terminales de GNL, oleoductos, gasoductos y conexiones eléctricas.
Adicionalmente y como un efecto estructural, la transformación del mercado
de Europa central y del este en un mercado mixto de GNL y gasoductos
ha reforzado la seguridad energética de la UE. Las nuevas terminales
regasificadoras ofrecen una mayor flexibilidad en suministradores y volúmenes
contratados que la de los gasoductos, si bien es cierto, exponiendo a los
consumidores europeos a la competición internacional por el suministro del
gas natural licuado. En este nuevo mercado, Estados Unidos se ha posicionado
como uno de los principales suministradores de gas y petróleo del nuevo mapa
energético emergente gracias a la firma de nuevos acuerdos a largo plazo,
ahora revalorizados por la seguridad de suministro que ofrece como aliado
estratégico y fiable.
Por otra parte, la UE también logró influir en la política petrolera de Estados
Unidos. La Administración Biden es consciente de que la sostenibilidad era
el talón de Aquiles de la revolución del petróleo y gas de esquisto que ha
vivido Estados Unidos en las últimas dos décadas. Para ello desarrolló una
intensa agenda política a nivel nacional e internacional para tratar de reducir
sus emisiones de gases de efecto invernadero, en particular de metano, y
mejorar la imagen internacional del sector. En un momento en el que el futuro
del gas fósil como vector de la transición energética está en duda, grandes
productores como Noruega o Qatar están reduciendo la intensidad de carbono
de sus operaciones para competir en los mercados más exigentes como el
de la UE. Por ello, la Administración Biden anunció en enero de 2024 una
suspensión temporal para nuevas concesiones para la exportación de GNL. El
objetivo de esta polémica moratoria es actualizar los criterios administrativos
para los nuevos proyectos, endureciendo los requisitos medioambientales y de
seguridad energética nacional, en un claro intento de homologar el sector con
los estándares climáticos europeos. También fue una herramienta para ganar
apoyo electoral entre los votantes más preocupados por el cambio climático,
sobre todo los jóvenes.
La otra transformación estructural en la relación transatlántica, que también
afecta al conjunto de la economía mundial, es el retorno del proteccionismo,
la política industrial y el mayor papel del estado en la economía (Steinberg,
2023). Tanto la preocupación por la seguridad económica y la lucha contra el
cambio climático como el aumento de la rivalidad entre grandes potencias en
un marco de declive del multilateralismo y la cooperación internacional han
dado como resultado una nueva doctrina de política económica en Estados
239
Crisis energétiCa europea y reConfiguraCión de la relaCión transatlántiCa
revista de eConomía mundial 69, 2025, 225-244
Unidos (Sullivan, 2023) que la UE, a regañadientes, se está viendo obligada a
seguir.
No se trata solamente del aumento de aranceles y otras barreras
comerciales que inició la Administración Trump en 2017. La Administración
Biden ha hecho una decidida apuesta por una política industrial más agresiva
que pretende revertir el declive industrial y la baja productividad del país
(Rial, 2021), que se ha materializado en la citada IRA, y también en la “Chips
and Science Act”. Su objetivo es crear empleos manufactureros de calidad
para trabajadores sin estudios superiores, afianzar el liderazgo tecnológico
norteamericano en las revoluciones digital y verde (para lo que son claves los
aranceles y controles de exportación e inversión hacia China) y reestructurar
las cadenas de valor globales para aumentar la resiliencia de su economía,
incrementar su seguridad económica y depender menos del exterior. Se trata,
en síntesis, de una política económica y exterior “para la clase media” (Sullivan,
2023) que logre revertir el apoyo a Trump en las áreas más afectadas por la
desindustrialización. Todo ello, en un marco de desdén por la OMC, aranceles
unilaterales a las importaciones de China y sanciones a los países considerados
como el “nuevo eje del mal” (Rusia, China, Irán y Corea del Norte).
La UE se ha visto obligada a aceptar esta nueva realidad y ha intentado
combinar su apoyo al multilateralismo, la cooperación y el libre comercio con
medidas quirúrgicas en la misma línea que Estados Unidos y una visión menos
naif de las ventajas de la interdependencia. Así, en junio de 2023 estableció su
propia estrategia de Seguridad Económica (que actualizó en enero de 2024),
en julio de 2024 estableció aranceles de hasta un 38% sobre la importación de
coches eléctricos chinos (menores a los de Estados Unidos, pero significativos)
y se ha dotado de medidas comerciales defensivas para proteger el mercado
único al tiempo que ha aumentado las inversiones en semiconductores y
tecnologías verdes (Steinberg y Wolff, 2023). Sin embargo, al no ser una unión
fiscal, tener una restricción presupuestaria más estricta y no estar dispuesta a
actuar al margen de la OMC en materia comercial, ha tenido dificultades para
igualar la agilidad de los apoyos que Estados Unidos, China y otros actores han
desplegado. En definitiva, el paradigma del liberalismo económico y comercial
y la cooperación multilateral basada en reglas está dando paso a un mundo
en el que la interdependencia puede ser utilizada como arma arrojadiza y el
trade-off entre seguridad y eficiencia está siendo reevaluado en favor de la
seguridad.
5. conclusión
La invasión rusa de Ucrania en 2022 ha supuesto un punto de inflexión en
la forma en la que la UE entiende la interdependencia económica y energética
con Rusia. Lejos queda ya el “sueño liberal europeo”, en el cual Rusia terminaría
siendo un socio fiable para la UE y transitaría hacia un modelo de democracia
liberal homologable a Occidente. Forzada a una rápida desconexión de
la energía rusa, la UE ha tenido que adoptar medidas de emergencia para
240 Federico Steinberg Wechsler · Ignacio Urbasos · Gonzalo Escribano
paliar los altos precios de la energía y evitar una recesión económica.
Fundamentalmente, buscar nuevos suministradores de combustibles fósiles
al tiempo que acelera la descarbonización de su economía en línea con sus
compromisos de lucha contra el cambio climático.
Dentro de esa reconfiguración del mapa energético y de seguridad
europeo, el papel de Estados Unidos durante la administración Biden ha sido
primordial. Se ha convertido en el mayor suministrador de GNL a la UE, al
tiempo que lideraba en el G7 la política de sanciones y aislamiento occidental
hacia Moscú. Por último, como líder de la OTAN, ha sido el actor clave en
el suministro de armas a Ucrania. Los países europeos han suministrado
más apoyo financiero a Ucrania que Estados Unidos, pero no tienen, por el
momento, la capacidad militar y tecnológica para sustituir a Estados Unidos
como proveedor de munición, baterías antiaéreas y otro tipo de equipamiento
militar (Bergman, 2024).
El aumento de la cooperación transatlántica en todas estas áreas ha sido
más que bienvenido en las capitales europeas. Sin Estados Unidos, los países
de la UE se habrían encontrado en una situación mucho más vulnerable,
habrían experimentado un shock económico más adverso derivado de los
problemas de suministro energético y no habrían podido sostener el apoyo
militar a Ucrania. El gran beneficiado de la reconfiguración energética en la UE
no ha sido solo Estados Unidos y sus empresas, sino todas aquellas compañías
que participaban como intermediarias de los flujos energéticos en el Atlántico,
incluidas las europeas. Se ha tratado de un fenómeno guiado fundamentalmente
por el mercado, pero con un indudable apoyo político a través de la EU-US
Task Force on Energy Security, siendo los altos precios del gas en Europa los
que han permitido atraer los suministros originalmente contratados en Asia y
otros países emergentes, evitando así el desabastecimiento en la UE.
Sin embargo, esta mayor dependencia de Estados Unidos también ha tenido
su cara negativa, al profundizar en la asimetría de la relación transatlántica.
Por una parte, dada su situación de debilidad, la UE ha sido muy tímida a la
hora de contrarrestar las medidas proteccionistas y de política industrial de
Estados Unidos, sobre todo en lo que respecta a su vulneración de las normas
multilaterales de comercio internacional. Ni siquiera se ha atrevido a llevar
las subvenciones del IRA al mecanismo de resolución de conflictos de la OMC
pese a ser claramente incompatibles con las reglas que la UE dice defender.
Por otra parte, el liderazgo estadounidense en la defensa militar de Ucrania, ha
puesto de manifiesto las limitaciones de la tan ansiada autonomía estratégica
en materia de seguridad y defensa. Esto ha llevado a algunos analistas a hablar
de “vasallaje” europeo (Shapiro y Pulierin, 2023), una situación incómoda para
la UE en la que sólo puede hacer seguidismo de la política estadounidense,
incluso aunque no esté totalmente de acuerdo con ella.
La disminución de la dependencia energética de Rusia, cuyos intereses
geopolíticos han demostrado ser opuestos a los de la UE, ha mejorado
la seguridad del suministro en Europa. Sin embargo, el papel dominante
de Estados Unidos en el abastecimiento europeo de combustibles fósiles,
241
Crisis energétiCa europea y reConfiguraCión de la relaCión transatlántiCa
revista de eConomía mundial 69, 2025, 225-244
especialmente en lo referente al GNL, aumenta la asimetría en la relación
transatlántica. Esta situación podría convertirse en una nueva fuente de
vulnerabilidad para la UE, especialmente si se produce un deterioro en la
confianza y los intereses compartidos que han caracterizado históricamente
las relaciones entre Washington y sus socios europeos.
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