Marina Bettaglio
74RIESISE, 4 (2021) pp. 65-86 ISSN: 2659-5311
saldo negativo que se vuelve más alarmante en 2012, annus horribilis para
los Presupuestos Generales del Estado.
En un ámbito marcado por años de progresivo empobrecimiento de la
sociedad española, acompañado por una drástica disminución del gasto
social y una situación de desintegración del estado de bienestar, surgen
respuestas críticas desde amplios sectores del mundo de la cultura. Si bien
la crisis económica o del estado del bienestar no es él único detonante
de la innovación social, es desde luego uno de los catalizadores de su
florecimiento (Herrero de Egaña, 2019)
En particular, en los países del sur de Europa en los que las
consecuencias de la crisis se hacen más patentes, se evidencia, en palabras
del filósofo italiano Nuccio Ordine, que “el fármaco de la dura austeridad,
como han observado varios economistas, en vez de sanar al enfermo lo
está debilitando aún más de manera inexorable” (Ordine, 2013, p.10). En
consecuencia, surge un clima de protestas que se manifiesta en las calles y
se aglutina en las plazas configurando una cultura indignada, o cultura 15M,
que en el espacio urbano y en sus distintas formas de expresión —pancartas,
dibujos, manifiestos, cómics, canciones, novelas, documentales y películas—
propone una renovación a nivel económico, político y social, apostando por
un mundo más solidario y equitativo.
Frente a la avanzada neoliberal con su rosario de “privatizaciones,
reducción de protecciones sociales, desregulación financiera, flexibilidad
laboral, etc.” (Gago, 2014, p. 9), se evidencia la necesidad de repensar
el orden político y económico apostando por una transformación
social que cuestione la lógica del capitalismo tardío, contraponiendo la
subjetividad neoliberal autosuficiente, desconectada y desvinculada de
lazos comunitarios con un tipo de cultura de la solidaridad y de lo común.
Si la gran crisis del capitalismo financiero y de la representación política
expone la incompatibilidad entre el capital y la vida, un sector creciente de
la población expresa la necesidad de pasar de un modelo individualista,
consumista y extractivista a otro que ponga en el centro las necesidades
de los seres humanos (Lobrera y Ferrándiz, 2012, Sanpedro y Lobrera,
2014). En este clima de renovada protesta social, el mundo del cómic
no permanece indiferente a las demandas que llegan de las calles, al
sufrimiento colectivo e individual que deriva del empobrecimiento general,
del desempleo, del quiebre de empresas, de la pérdida de la vivienda, de
la corrupción, de la liquidación del estado del bienestar y de la falta de
respuestas institucionales.
Mientras el mundo de la cultura se interroga sobre esta crisis sistémica,
lo cual fomenta una reflexión filosófica, literaria y artística, extendiéndose
a sectores tradicionalmente considerados marginales, como el mundo del
cómic, surgen una serie de viñetas, historietas y novelas gráficas que, desde