ordenarse, un espacio vital que ayude a que el grupo se cohesione, o como Giner,
Lamo de Espinosa y Torres (2006) afirman, las tribus “[…] acotan un espacio […]
porque es indispensable para establecer una red de relaciones que fortalecen el
sentimiento de pertenencia al grupo” (p.928). Ganter y Zarzuri (1999) observan que la
construcción de esas nuevas relaciones que conforman los jóvenes a través de las
tribus urbanas genera “construcciones de identidades asociadas a expresiones
particulares o geografías específicas” (p.14). Por su parte, Maffesoli (1990) señala que
la existencia de un mismo territorio compartido favorece la idea de comunidad que
caracteriza a estas tribus (1990). Los espacios de la tribu suponen lugares de
encuentro donde las identidades colectivas tienden a reafirmarse y fijarse, más que a
disolverse (Matus, 2000, p. 109). El espacio de la tribu es más distinguible por su
condición unificadora que por el establecimiento de un lugar en el que manifestar las
diferencias. Costa, Pérez y Tropea añaden que, “el espacio presenta un ámbito para la
construcción del discurso de las tribus urbanas” (1996, p.127). Así, las tribus urbanas
no solamente ocupan una realidad física—o, dicho de otro modo, topográfica; a su
vez, esta ocupación “conlleva intrínsecamente un factor de significación: El «espacio
vivencial o vivido»” (Aguirre y Rodríguez, 1997, p.27).
En relación a la importancia del uso simbólico del espacio entre las tribus y, en
concreto, en el uso del espacio público en el surf, una de las aportaciones más
interesantes en este último año la ha realizado de nuevo Esparza (2019). Este autor
afirma que esta práctica deportiva muestra el inicio de “una conquista del uso del
espacio público para uso deportivo donde, a diferencia de otros usos deportivos (…)
las mujeres tenían que competir y luchar directamente con los hombres” (Esparza,
2019, p. 73). Una de las implicaciones que el espacio tiene para la organización de la
identidad tribal es su característica de escenario para la ejecución de rituales y
ceremonias (Silva, 2002, p.123) que tienen una fuerte implicación para la
conformación de la identidad de los miembros de la tribu. En efecto, el ritual ofrece una
ocasión para cohesionar al grupo y facilitar la incorporación de su sentido de
pertenencia. Aguirre y Rodríguez profundizan en esta idea, subrayando que el ritual
conlleva una importante responsabilidad, ya que “el grupo necesita de una cultura que
vertebre para poder existir, vivenciada a través de unos rituales que mantengan el
sentido de pertenencia entre sus integrantes” (1997, p.27). De este modo, el ritual para
las tribus asegura el perdurar del grupo en su conjunto (Maffesoli, 1990, p.47). Ciertos
eventos, como las citas deportivas, adquieren una importancia vital que representa un
“simbolismo, es decir, la impresión de participar en una especie común” (Maffesoli,
1990, p.179).
Asimismo, el conocimiento por parte del individuo de esos rituales y códigos
representacionales supone la transgresión de las reglas socialmente instituidas
(Ganter y Zarzuri, 1999, p.10). Es por ello que, cuando los miembros “[…] se visten, se
adornan o se comportan siguiendo ritos, ritmos y costumbres que no pertenecen a la
normalidad adulta, están manifestando su rebeldía y buscando, a través de ella, la
construcción de una nueva identidad […]” (Soto, 2012, p.118).
La pertenencia a la tribu implica una serie de condicionantes estéticos que
ofrecen a sus miembros el desarrollo de actitudes y comportamientos comunes a los
del resto del grupo, gracias a los cuales dejan de ser sujetos anónimos para pasar a
ser considerados como individuos que pertenecen a un colectivo. De este modo,
reafirman su identidad, su “ser persona”, y su sentido de pertenencia a la agrupación,
la cual, asimismo, se refuerza al participar en experiencias conjuntas y rituales; por
ejemplo, fiestas, conciertos, etcétera, en los que se pone de manifiesto ese estilo
estético (Caffarelli, 2008, p.48).