La complejidad de lo complejo (otro modo de neurosis obsesiva)
E, , () . - https://doi.org/10.33776/erebea.v12i1.7648
algo lejos—, en la vida diaria nos vemos constantemente ante el fenómeno de la
contradicción, para ser más exactos no nos encontramos «ante», sino que vivimos,
en muchísimas ocasiones, inmersos en la contradicción. Resulta claro que, en
este texto, concretamente en el capítulo dedica a la complejidad, la cuestión de
la contradicción toma como ejemplo, entre otros, la cuestión onda/corpúsculo
con relación al «comportamiento» (¡!) de la partícula elemental (véase Morin,
1998, p. 34 y ss.). A riesgo de no ser considerado un simple, a más de ignorante
en cuestiones de microfísica, uno se pregunta si la partícula elemental realmente
«se comporta» de forma contradictoria, si lo sabe, lo ignora o sencillamente no
hay contradicción alguna en ella y sí en quien la observa y estudia. La partícula
solo es onda y corpúsculo para el observador. Si como onda es como tal y como
corpúsculo es como tal ¿dónde está la contradicción? ¿Son el amor y el odio
contradicciones? Algo parecido tuvo que plantearse Morin para, a continuación,
unas páginas después, arme que orden y desorden no se excluyen, sino que son
complementarios (Morin, 1998, p. 57). O sea, que no se trata de contradicción,
sino de complementariedad. Onda y corpúsculo, amor y odio, así como orden y
desorden son en realidad fenómenos complementarios. ¿La antigua fórmula de la
pareja de contrarios de los presocráticos? Así parece. Pero, a nuestro entender, en
el mundo de la vida común y corriente, el fenómeno de la contradicción no va
por ahí, pues lo que Morin considera complementarios son en realidad opuestos:
calor y frío son opuestos, no complementarios, ya que uno no complementa al
otro, sino que se opone a él (abrigo y bufanda son complementos, no son opues-
tos ni contradictorios). En nuestro ámbito, la contradicción ha de darse en una
misma instancia, por ejemplo, en el contexto de la acción. Decimos que una
persona es contradictoria cuando piensa de una manera, pero actúa de una forma
no solo distinta, que no es suciente, sino contraria: deende la igualdad entre
los seres humanos y, sin embargo, actúa como un racista. Pienso y digo lo mismo,
pero actúo haciendo lo contrario. Es decir, solo puede haber contradicción cuan-
do este fenómeno se da en una misma persona. El principio de no contradicción
arma precisamente que una cosa no puede ser dos cosas a la vez. Pero ¿qué cosa
puede ser dos distintas «a la vez»?, ¿podrá solo serlo para dos observadores distin-
tos? Yo puedo ser, a la vez, padre, hermano, esposo o profesor, pero solo porque
junto a mí se encuentras mis hijos, mi hermano, mi esposa o algún alumno o
alumna. Así que habrá que ver «cuándo», «cómo» y en qué «condiciones» una
partícula se comporta como corpúsculo o como onda, es decir, tendremos que
conocer la circunstancia.
Como no podía ser de otro modo, Morin saca a colación el trasunto del yo
y del sujeto. En un extenso párrafo (véase Morin, 1998, p. 61) trata de ambos
desde una serie de apreciaciones que, siendo en principio un tanto difusas, nal-
mente, sin embargo, logra darles una suerte de denición más precisa. Así que, si
al principio viene a establecer una diferencia entre el sujeto y el yo: «ser sujeto es