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Rosa M.ª Alabrus Iglesias (2019). Razones y emociones femeninas. Cátedra, 271
pp. ISBN: 978-84-376-4060-0.
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Universidad de Valladolid
En 2019 se publicó una nueva monografía de la modernista R. M.ª Alabrús
Iglesias, reconocida especialista que ha centrado sus investigaciones en el ámbito
político, cultural y religioso. La autora de Tradición y modernidad: el pensamiento
de los dominicos en la Corona de Aragón en los siglos xvii y xviii (2011) o de Teresa
de Jesús: la construcción de la santidad femenina (2015), poniendo de relieve su
conocimiento de la espiritualidad en el Antiguo Régimen, se introduce la historia
de las emociones de las monjas del Barroco. Lo hace a través del análisis de varios
casos concretos, y cuenta para ello con fuentes documentales de primer orden,
que han sido analizadas con el rigor y destreza de una especialista.
A través de la revisión de las autobiografías de varias religiosas catalanas, que
ejercieron alguna inuencia dentro y fuera de sus conventos, Rosa M.ª Alabrús
indaga en el predominio que los confesores ejercieron sobre ellas. Centrando el
estudio entre el alumbradismo del siglo  y el molinosismo del .
En el primer capítulo la obra nos descubre la gran inuencia que Ignacio de
Loyola ejerció sobre algunas mujeres del Principado como Isabel Rosel. Quien,
tras enviudar, se inscribió en la recién fundada orden de los jesuitas con el pro-
pósito de profesar en ella, lo que le supuso la expulsión de la misma. La negativa
a su acceso marcó el carácter masculino de la orden, y perló el control que los
hombres, tanto de la institución eclesiástica, como de las órdenes religiosas, im-
pusieron para las religiosas.
Así, el relato avanza hasta el periodo postridentino en el que la espiritualidad
femenina acusó profundos cambios. La obligatoriedad de una estricta clausu-
ra por parte de los padres conciliares impulsó la gura de algunas prioras, que
contribuyeron a incluir los nuevos postulados reformistas en sus conventos. Fue
el caso de Jerónima de Rocabertí, quien, gracias a un privilegio real, emprendió
obras en un viejo convento dominico a cambio de imponer la clausura a sus
religiosas. El convento de Nuestra Señora de Los Ángeles y Pie de la Cruz de
Barcelona, donde ejerció su labor reformadora Jerónima, fue el mismo en el que
mas tarde profesó su sobrina Hipólita de Rocabertí.
Reseñas
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A mediados del siglo , el temor hacia desviaciones heréticas convirtió al
Tribunal del Santo Ocio en el máximo vigilante de la ortodoxia en la frontera
hispanofrancesa, puesto que era la vía de entrada a España del ideario de luterano.
Sin embargo, la autora analiza un cambio de tendencia en este sentido. El miedo
a que las religiosas pudieran profesar como luteranas, fue cediendo terreno ante
la amenaza que suponía la inuencia ejercida por la gura del demonio en las
religiosas. Motivo por el que muchos confesores aconsejaron a las hermanas la
redacción de sus autobiografías.
Para profundizar en la mística de las monjas catalanas, Rosa M.ª Alabrús exa-
mina la inuencia que la Santa de Ávila, Santa Teresa, ejerció sobre ellas. De este
modo, nos descubre la relación que esta religiosa mantuvo con Catalina de Cristo,
responsable de la incorporación de la orden del Carmelo en Cataluña. La labor
fundacional no fue fácil para esta religiosa. En aquel momento, las expresiones
espirituales que Teresa de Jesús plasmó en sus obras estaban siendo objeto de un
estricto control, llegando incluso a ser denunciadas ante la Inquisición. La obra
nos sitúa así ante la reacción de los defensores de los nuevos postulados reformis-
tas respecto al modelo fundacional teresiano.
En aquella fundación carmelita profesó Estefanía de Rocabertí, sobrina de la
mencionada Jerónima, y prima de Hipólita. La joven creció en un ambiente fa-
miliar fascinado por la gura de Ignacio de Loyola que le marcó profundamente.
Gracias a su relación con los jesuitas, Estefanía conoció a la emperatriz María,
hermana de Felipe II, su gura fue clave a la hora de legitimar la nueva institución
religiosa.
A medida que avanza el relato nos va introduciendo en la compleja realidad
que vivieron aquellas mujeres que decidieron dedicar su vida a la religión en la
modernidad. El Concilio de Trento se propuso limitar la religiosidad femenina,
enclaustrando a las religiosas las subordinaba a la gura del confesor. Por ese mo-
tivo, los beaterios, tendieron a desaparecer y a reconvertirse en conventos.
Sin embargo, hubo mujeres que encontraron en el convento un espacio para
la libertad, a pesar de la clausura. Fueron aquellas que sufrieron la violencia do-
méstica, ya fuera por parte del padre, o del marido. De hecho, la superación de la
violencia doméstica se convirtió en fuente de legitimación para las mujeres espiri-
tuales del Barroco. Ángela Serana Prat, es el reejo de todo ello. Maltratada por
su esposo, encontró consuelo en su proyección interior, como beata capuchina.
Los arrobos y experiencias místicas que tuvo como beata fueron en aumento. Por
este motivo, y siguiendo las directrices de su guía espiritual, Diego Pérez de Val-
divia, proyectó la fundación de un nuevo convento.
Gracias a la intercesión de Magdalena de San Gerónimo (de la que última-
mente la historiografía ha ofrecido interesantes estudios tanto en su faceta asis-
tencial como en el marco del penitenciarismo) Ángela Serana, logró apoyo regio
para cumplir con su deseo fundacional, convirtiéndose en abadesa del primer
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convento de capuchinas de Barcelona, Santa Margarita la Real. Allí profesó tam-
bién su hija Bárbara. Una vez más el papel de la Corona fue clave en el proceso
legitimador de las órdenes religiosas.
El mundo visionario cobra especial relevancia en la obra a la hora de abordar el
estudio de las emociones de las religiosas. Teresa de Jesús planteaba en su Libro de
la vida la mística femenina. Sin embargo, la postura de la institución eclesiástica
hacia las visiones era de reticencia, Fray Luis de León, por ejemplo, abogaba por
el cultivo del mundo interior. Además, casos como el de sor María de la Visita-
ción de Nuestra Señora, o el de la beata laica Lucrecia de León (que en su día nos
presentó Richard I. Kagan), que ngieron sus visiones, contribuyeron a aumentar
las sospechas de las visiones femeninas del Barroco. Y es que, «el disciplinamiento
tridentino imponía un control sobre las emociones femeninas y la aplicación de
criterios jerárquicos de obediencia severa». Precisamente, esto es lo que propuso,
por ejemplo, el franciscano Gerónimo Planes, que las autoridades eclesiásticas
fueran las encargadas en discernir entre verdad y falsedad, puesto que las frágiles
mujeres, según él, eran proclives a caer en las «cciones del imaginario sensitivo».
En aquel contexto, se promovió la canonización de Teresa de Jesús (1622),
especialmente interesante para la monarquía. Los dominicos, que desde la Inqui-
sición controlaron las obras de la monja abulense, veían en la recién canonizada
el ejemplo de libertad espiritual femenina. Más acorde con sus planteamientos de
santidad era el caso de Rosa de Lima, obediente y sumisa ante el confesor. Que-
daban por tanto perlados dos modelos antagónicos de religiosas ejemplares: la
libertad de Santa Teresa, y la sumisión de Santa Rosa de Lima. Todo ello no era
sino el reejo de las rivalidades entre las distintas órdenes religiosas, la realidad de
la iglesia contrarreformista, y los intereses de la Corona.
Hipólita de Rocabertí también encarnó el ejemplo de obediencia ante sus
confesores. Rosa Mª Alabrús ha demostrado ser una gran conocedora de su gura,
testimonio de ello son los numerosos trabajos que ha dedicado a esta monja de
ascendencia noble. En este caso profundiza en dos aspectos clave de su vida, su
extensa producción escrita y su fallido proceso de canonización.
Tras profesar en el dominico convento de Nuestra Señora de los Ángeles de
Barcelona, que fundó su tía Jerónima, y siguiendo las pautas marcadas por sus
directores espirituales, sor Hipólita acometió la reforma de las agustinas de Santa
María de las Magdalenas de la misma ciudad.
Frente a la fundación de conventos, o reforma exterior, emprendida por otras
religiosas, Hipólita trató de reformar desde sus escritos, propagando así la reforma
la interior.
Comprender la vida y la obra de Rocabertí pasa por tener presente el tiempo
en que vivió. Época de desilusión imperial en lo político, y de grandes cambios
marcados por la Contrarreforma en lo espiritual, lo que contribuyó a impregnar
de pesimismo sus textos.
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El exhaustivo análisis de sus escritos, lleva a la autora a destacar el proceso
místico gradual hacia el interior que vivió esta monja, desarrollando, además, un
modelo doctrinario que habrían de seguir las religiosas de su comunidad.
Otro tipo de textos que se estudian en el libro son los producidos por las re-
ligiosas en el interior de sus conventos: epistolarios y autobiografías. Respecto a
los primeros, tras analizar brevemente algunas de las cartas escritas por Teresa de
Jesús, o Rosa de Lima, la escritora ahonda en la correspondencia que Hipólita de
Rocabertí mantuvo con su confesor, Raimundo Samsó, a propósito de las reticen-
cias que este tenía sobre la producción escrita de la monja.
Del mismo modo, profundiza en los escritos autobiográcos advirtiendo la
actitud directora que los confesores ejercieron en ellos. Así, partiendo del ejemplo
de Teresa de Jesús, la obra centra su atención en los textos autobiográcos de Hi-
pólita de Rocabertí, Ana Domenge, y Teresa Mir March.
Y como la religiosidad femenina tuvo una gran importancia «en el trasvase
religioso del protestantismo al catolicismo» (INDICAR PÁGINA), Alabrús se
sumerge en el estudio de la vida de varias religiosas que, pese a haber nacido en
el seno de familias protestantes francesas, profesaron como monjas. Fue el caso
de Elisabeth Levy, hija del calvinista conde de Foix, que lo hizo como terciaria
dominica en el convento de Santa Catalina de Tolosa.
Además, tras la rma del Edicto de Nantes (1598), que propugnaba la libertad
religiosa, se generó una reacción inmediata por parte de la monarquía española,
que trató de recatolizar el país vecino. Juliana Morell representaba el modelo de
mujer arrepentida que deseaba cambiar su modo de vida, un modelo proyectado
por jesuitas y dominicos destinado a impulsar la recatolización ansiada por la
Corona.
Nacida en Barcelona e hija de un mercader acomodado, desde niña Juliana
recibió una esmerada formación, y desarrolló una gran capacidad para transmitir
los conocimientos adquiridos. Mientras su padre aspiraba a que su hija divulgara
su saber, ella se decantó por una vida de recogimiento y espiritualidad, profesando
nalmente en el dominico convento de Santa Práxedes de Aviñón donde llegaría
a ser priora.
Una mujer que se adaptó al autocontrol de sus emociones, tal y como exigía
la Iglesia católica, siempre vigilante de que no se rompiera ese equilibrio razón-
emoción.
El libro vuelve su mirada a la gura de Hipólita Rocabertí para adentrarse en
el análisis de su fallido proceso de canonización. Impulsada por su sobrino, el
también dominico Juan Tomás de Rocabertí, la causa topó con diversos obstácu-
los desde sus inicios. Aspectos como la nueva normativa dictada por Urbano VIII,
por la que se establecía que debía transcurrir un plazo mínimo de cincuenta años
desde que el candidato había fallecido para poder ser promocionado, sin duda
inuyeron. Pero, sobre todo, las sospechas de alumbradismo y quietismo, con-
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tribuyeron a perjudicar el proceso de sor Hipólita. De hecho, su recogimiento,
centrado en la contemplación y en la escritura, serían vistos con gran escepticis-
mo, lo que supuso el cuestionamiento de su espiritualidad. Y junto lo anterior, la
autora pone en relieve el contexto histórico, la coyuntura política del momento
fue determinante para que la canonización impulsada por Juan Tomás de Roca-
bertí fuera paralizada.
Sin embargo, gracias a una exhaustiva labor de análisis documental, Rosa M.ª
Alabrús, da cuenta de otro intento por elevar a los altares a sor Hipólita. Tuvo lu-
gar en el contexto del austracismo político catalán, y fue defendido por Pere Serra
y Postius. El reformismo borbónico truncó aquella nueva oportunidad.
Para nalizar, la obra nos acerca desde otra perspectiva la gura de Miguel de
Molinos. Este «síndico, agente, postulador y procurador en Roma» (INDICAR
PÁGINA) formado por los jesuitas, sentó las bases del denominado quietismo
molinosista en su obra Guía Espiritual. Propugnó la vida contemplativa y relaja-
da, sin control emocional, ni morticación. La polémica que suscitó el quietismo
la reejan los directores espirituales de la carmelita catalana Eulalia de la Cruz.
Aquejada de perdidas de voluntad (posiblemente producidas por la epilepsia)
para evitar el descalicado quietismo, su confesor Carig, trató de erradicar sus
experiencias místicas. Sin embargo, su siguiente confesor, Farrés, apostando por
el amor a Dios, veía en la gura del demonio una cuestión transcendente, pero,
tendió a relativizarla, algo que propugnaba el quietismo.
De obligada lectura para profundizar en el intrincado mundo de la espiri-
tualidad femenina de la Edad Moderna, la Dra. Alabrús nos ofrece una novedosa
mirada hacia el interior de las religiosas del Barroco demostrando que, a pesar de
la abundancia de estudios sobre monjas postridentinas, aún quedan muchas vías
por explorar.