Reseñas
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abre reivindicado la importancia de la romanización: a las lenguas prerromanas
se une el latín, que acaba imponiéndose a estas y provocando su desaparición
(a excepción del vasco). Aparecen, con la caída del imperio romano, decenas de
variedades que, asociadas a entidades políticas, unieron su destino al desarrollo
de estas: así, el castellano se convierte en lengua fundamental, primero en el reino
de Castilla y luego en toda España, a partir de los primeros territorios en Burgos,
Cantabria y Guipúzcoa, donde el contacto con otras lenguas dejó su huella en la
conguración de la lengua, como koiné. En los siglos y la lengua se uti-
liza en un nivel culto, lo que provoca una estraticación intralingüística (hablantes
populares, rurales, y aquellos que tienen contacto con usos más sosticados). Por
su parte, con las distintas lenguas de otros territorios peninsulares se vivió una
estraticación interlingüística (creado un fenómeno de diglosia): el castellano se
implanta entre la población de mayor nivel sociocultural (el catalán se mantiene
en el uso lingüístico de la burguesía). Actualmente, de 47 millones de habitantes,
siete millones (15 %) se declaran hablantes competentes en otras lenguas, dato
que contrasta con la percepción externa e interna de que España es un país mo-
nolingüe: coexisten hablas castellanas, andaluzas, canarias (estras tres son las más
reconocidas), extremeñas, murcianas y el castellano de áreas bilingües (Cataluña,
Valencia, Baleares, Galicia, el País Vasco y Navarra); además, podemos encontrar
también otras varidades minoritarias que surgen en las fronteras entre lenguas o
dialectos de la penínsulas, con extensiones reducidas, como el chapurreao (entre
Cataluña y Aragón) o el aguavivano (de la localidad de Aguaviva, mexcla de ha-
blas valencias y aragonesas), entre otras.
El siguiente capítulo ofrece otra aproximación general: «Capítulo 5: Panorama
lingüístico de Iberoamérica» (pp. 42-57), en esta ocasión al territorio en el que
cuatro lenguas —inglés, portugués, francés y, sobre todo, español, y, en algunos
territorios, alemán y galés— permiten la comunicación conviviendo con lenguas
amerindias, criollas o mixtas. El proceso de reducción de las lenguas indígenas (de
2000 en el siglo hasta 1000 en toda América y 850 para Iberoamérica hoy)
se debe a la conveniencia de lenguas vehiculares de intercambio y a la reducción
de la población indígena: arahuco, náhuatl, maya, quechua, aimara, chibca, ma-
puche —araucano o mapundungun— y guaraní (las más habladas) perdieron
peso por la falta de prestigio frente al español, y por la no integración en la alfa-
betización y los medios de comunicación en la segunda mitad del siglo . Estas
lenguas, en una población indígena de más de treinta y cinco millones de habi-
tantes (un 11 % de la población, del cual el 65 % puede comunicarse en su lengua
autóctona), conviven con otras en situación diglósica, si bien en algunas zonas
(Centroamérica, Brasil y los países andinos) hay programas de educación bilingüe
y de enseñanza de las lenguas indígenas. La lengua española en América tiene una
historia de quinientos años, con un progresivo aumento de su uso y un desarrollo
de sus variedades: desde la base del español de andalucía se da un proceso que