Anxo Rodríguez Lemos
E, , () . - : 0214-0691
licenciado don Bernardo Herbella de Puga rechazaba toda causa sobre mujer «es-
trupada con voluntad suya» (Herbella de Pugal, 1768, p. 1). La inferioridad legal
las invisibilizaba en los tumultos, desconsiderados a no ser que hubiese «heridas
hechas a cavallero» (Herbella de Pugal, 1768, p. 2) al mismo tiempo que igualaba a
viudas, menores, pobres, huérfanos y celibatas con «benecio de personas misera-
bles» siempre y cuando las primeras «no vivan deshonestamente, aunque tuviesen
algún parto o desliz» (Herbella de Puga, 1768, p. 3). Parece que no todas las veces
que se pudieron ver inmersas en un conicto, a raíz de romería, el caso llegase a
los tribunales civiles y, no digamos, a los eclesiásticos, ocupados en desviaciones
morales y éticas donde las mujeres vuelven a aparecer tímidamente encausadas
por relaciones extramatrimoniales, bigamia derivada de la falta de noticias de su
marido «ausente del Reino» o alguna que otra injerencia en la hechicería (Rey
Castelao, 2014). Las fórmulas jurídicas que ampararon a las mujeres sin recursos
permitieron que sus quejas (Rey Castelao y Rial García, 2009), mayoritariamente
procedentes del ámbito urbano (Burke,1995), llegasen a la Audiencia en forma
de pleitos económicos o conictos de origen familiar —partijas, dotes, tutelas, in-
cumplimiento de palabra de matrimonio, pensiones, etc.— (Sixto Barcia, 2020).
Como agredidas o agresoras, los asuntos criminales las enredaron por su moral
sexual, rupturas de compromiso matrimonial, raptos o vocerías en plazas públicas
de las ciudades y villas donde su desparpajo, soledad o «falta de pan» las llevaba a
delinquir para sobrevivir o defenderse con mayor frecuencia, tanto de obra como
de palabra (Rial García, 1994; 1999: 169-197). Sin una criminalidad femenina
diferenciada, los tribunales atendieron la violencia que inculpó en un 55,5 %
de las querellas a mozas gallegas enzarzadas en palos (16 %), insultos (28,7 %)
o amancebamiento escandaloso (12,7 %) entre los suyos (Rey Castelao y Rial
García, 2009). Como en las peleas entre mesas de tabernas o mesones, llegar
a las manos en una romería no conllevaba el empleo excepcional de la «violen-
cia bruta» (Follain, 2016) con pólvora o puñal incorporado, sino más bien la
ligereza de palos, el enmarañamiento de pelos, el bofeteo o el forcejeo de bra-
zos con alguna que otra palabra malsonante genuina de la violencia en las so-
ciedades preindustriales43 (Ru, 2001). Las causas que hubieron de generar la
violencia en las romerías, como en las ferias, fueron variadas. Como respues-
ta colectiva desordenada y fuente de escándalo, los tumultos y alborotos en la
antigua provincia de Santiago entre 1700 y 1834 supusieron apenas el 0,68 %
de las causas atendidas por la Real Audiencia (Iglesias Estepa, 2007). Aun siendo
levantamientos más grupales que colectivos, los enmarcados en una romería, rara
vez excedieron de simples disturbios, muchos de ellos de motor social o defensa
del honor de un grupo donde las mujeres, lejos de ser el germen principal de la
43 Sobre el comportamiento lingüístico de la mujer, como agente de violencia verbal, véase
Tabernero (2019).