PACO GÓMEZ, UN VALEDOR DE LA ARQUEOLOGÍA ONUBENSE
El pasado 24 de septiembre, en la mañana de un caluroso lunes de este verano inacabable, un escalofrío estremeció el ánimo de cuantos amamos la historia y la arqueología de Huelva: había fallecido Francisco Gómez Toscano, lo que para tantos, y para mí, significaba que se había apagado una de las antorchas que ha dado luz y calor a la valoración del patrimonio histórico de Huelva.
Conocí a Paco Gómez hace muchos años, en 1969, estudiante yo de Historia y Arqueología en la Universidad de Sevilla, cuando mi profesor de entonces, José María Luzón Nogué, me invitó a participar en la preparación para su estudio de los materiales que había proporcionado el desmonte parcial del cabezo de San Pedro, que abnegados vigilantes del legado arqueológico de Huelva habían recogido y ordenado, deslumbrados, con mucha razón, por la excepcionalidad y la importancia de las cerámicas y restos entregados por aquél cabezo prodigioso. Eran principalmente Klauss Klauss, que se hizo cargo de la recuperación todo lo metódica que se pudo de los materiales estratificados, y Paco Gómez, ambos apasionados hasta lo inimaginable por la arqueología onubense, aunque profesionales dedicados a trabajos y tareas relacionados con la actividad económica vinculada al puerto de Huelva. Klauss, el entrañable y pintoresco “Jaika”, como todos lo llamaban, murió hace años encomendándose a sus dioses y héroes de Tarteso, su patria espiritual, convencido además de que Huelva fue su capital misma y él uno de sus últimos ciudadanos.
Paco Gómez formaba tándem con él aportando al dúo la pasión más mesurada y la visión mejor atinada que era fácil esperar de un joven de apuesta apariencia y de modales muy cosmopolitas, sin duda por su trabajo en una Huelva anglizada por su historia minera, industrial y comercial. Pronto, colaborando nosotros dos en el gabinete de estudio de la estratigrafía de San Pedro, trabamos una buena amistad, que él alimentaba por su talante dialogante, discutidor, con una pasión por la arqueología que se superponía a la posesión de una ya sólida ocupación profesional, ajena a lo nuestro, que le otorgaba una imagen de eficaz emprendedor. La componía, entre otras cosas, con el toque de distinción que le aportaba la singularidad por entonces de tener siempre a la mano y a la boca pipas de fumar, de las que tenía, para admiración de todos, un amplísimo juego de boquillas y cazoletas intercambiables, en cuyo hornillo quemaba buen tabaco traído de ultramar.
Pero al margen de esta estampa de juventud, que siempre lo ha acompañado, lo importante es destacar que Paco vivía su pasión por la arqueología con una ambición y unos propósitos singularmente elevados y admirables. Vivía ardorosamente la gran ebullición de la arqueología onubense de los años sesenta, que aparte de los notables precedentes anteriores, había alcanzado un punto álgido con los importantes descubrimientos de la necrópolis orientalizante del Cabezo de la Esperanza, excavada por Juan Pedro Garrido y Elena Orta, y tantas cosas que propiciaron la elección de la ciudad de Huelva para la celebración en ella, en el año 1973, del XIII Congreso Nacional de Arqueología. Era la puesta de largo de Huelva en el panorama de la Arqueología nacional e internacional, el primero por cierto al que asistí con una intervención personal, y en él actuó Paco Gómez como uno de los animadores locales, colaborador y guía de los asistentes en las visitas y paseos por los lugares de interés de la Arqueología provincial.
Ya tenía Paco experiencia arqueológica como colaborador, por ejemplo, en la excavación del yacimiento fenicio de Aljaraque, dirigida en 1968 por José María Luzón y Diego Ruíz Mata; o en las llevadas a cabo por Mariano del Amo, Director del Museo de Huelva, en necrópolis onubenses de la Edad del Bronce. Y todo hacía ver que aspiraba a ser, más que un amateur, un profesional de la Arqueología con plena dedicación. Y ese fue su noble afán, que pudo desarrollar gracias a la creación en Huelva de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales y Jurídicas a finales de los ochenta, dependiente de la Universidad de Sevilla y después ya propiamente de la de Huelva desde su definitiva creación en 1992-93. Obtuvo el título de licenciado en Geografía e Historia en 1994 y realizó poco después el doctorado, que culminó con la realización de una magnífica Tesis Doctoral, bendecida con la máxima calificación en 1996.
Su entrada en la Facultad y su formación contaron desde el principio con la mejor tutela personal y académica que el destino podía depararle, la del Profesor Juan Campos, creador del Departamento de Historia I, que se ocupa de la Arqueología entre otras áreas históricas, y actual Catedrático de Arqueología de la Universidad de Huelva. El vigoroso liderazgo universitario y científico del Prof. Campos dió a Paco Gómez la armadura definitiva para emprender su cruzada arqueológica. Y muy pronto, por sus muchos méritos preuniversitarios y universitarios, Paco se incorporó a su Departamento de la Universidad onubense, primero como Profesor Ayudante, desde 1996, después como Profesor Asociado (1998) y finalmente, a partir de 2004, como Profesor Contratado Doctor, figura académica que significa la posesión de plena capacidad docente e investigadora.
¡No está mal como logro de un empeño que Paco acarició desde que de muchacho se sintió atrapado por el sugestivo ambiente arqueológico e histórico de su Huelva natal! Con la misma pasión del amateur que fue, Paco Gómez emprendió una gran tarea universitaria, como docente y como investigador, hasta templar una voz respetada y querida en el diálogo internacional de las ciencias arqueológicas.
No es la ocasión de enumerar sus logros, sus aportaciones, sus decenas de publicaciones, el seguimiento de sus discípulos, que se saldan con un balance muy meritorio. Sí de comentar mi fortuna de haber sido testigo cercano de su peripecia personal e investigadora. Porque aparte de los contactos frecuentísimos por trabajos compartidos, congresos y reuniones, académicas y de amigos, tuve en suerte, por mi estrecha relación con su Departamento de la Universidad de Huelva y por la deferencia de su director, el Prof. Juan Campos – impulsor de que se me concediera el alto honor de recibir el Doctorado honoris causa de esta Universidad-, tuve en suerte -decía- la oportunidad de presidir los tribunales que juzgaron el Trabajo de Investigación de Tercer Ciclo y, sobre todo, de la Tesis Doctoral de Paco. Pude oficiar, pues, en primera persona en las ceremonias académicas en las que se consagraba y se consolidaba Paco Gómez como arqueólogo profesional en sus máximos niveles universitarios. Haber sido su compañero y amigo tantos años ha sido un privilegio y en mi memoria quedará tan vivo como lo recuerdo en los años en que ambos aspirábamos a ser alguien y a hacer algo en el mundo de la Arqueología.
Creían los griegos antiguos, como recuerda el gran autor Werner Jaeger en su obra Paideia (1933), que el ideal del hombre alcanzaba la perfección de sus virtudes, su areté, con la formación de la ciudad. Era incluso en el seno de la ciudad donde podía alcanzar el beneficio superior de la inmortalidad. “Si alguien, mediante la ofrenda de su vida -escribe Jaeger- se eleva a un ser más alto, por encima de la mera existencia humana, le otorga la polis la inmortalidad de su yo ideal, es decir, de su ‘nombre’. El hombre de la ciudad alcanza su perfección mediante la perennidad de su memoria en la comunidad por la que vivó o murió”.
Paco Gómez es ya un inmortal de la ciudadanía de Huelva, miembro de la legión que ha vivido y luchado por el vigor cultural de la ciudad, por la recuperación de su personalidad histórica, que es la base de su presente y de su futuro. Y en la memoria de los onubenses, de su familia, de sus compañeros y amigos, de sus discípulos, de todos nosotros, vivirá eternamente, bien asentado, además, en la “nube” informática de nuestros cielos modernos con sus publicaciones. Los más próximos a Paco, que siempre lo tuvieron cerca -su viuda, María; sus hijas, Sol y Cinta; sus nietos; sus compañeros, discípulos y amigos- saben bien, como con tristeza me comentaba Juan Campos, que Paco, debilitada además su salud por algunos malos golpes, abdicó de su cruzada vital cuando se quebró, por la jubilación, su vinculación con la Universidad, la institución que soñó como cobijo y fortaleza desde la que emprender su cruzada arqueológica. De modo que, como los mejores ciudadanos que los griegos adoraron, Paco Gómez vivió y murió en el amor a su ciudad, a su historia, a la riqueza de su pasado y al vigor de su futuro. Como decían los romanos a sus difuntos: que le sea leve la tierra en la que ahora descansa.
Manuel Bendala Galán
Catedrático de Arqueología (jubilado) de la Universidad Autónoma de Madrid
Doctor honoris causa de la Universidad de Huelva
Pie de foto:
Una instantánea en el esparcimiento de la tienta de una vaquilla de los participantes en el XIII Congreso Nacional de Arqueología, celebrado en Huelva en 1973. Arriba, el segundo por la izquierda, es Paco Gómez, con su pipa de fumar característica. A su derecha, el primero, es Jesús Fernández Jurado, arqueólogo entonces de la Diputación de Huelva. Entre los demás figuran algunos miembros de la Asociación Española de Amigos de la Arqueología, con sede en Madrid, que presidía entonces D. Emeterio Cuadrado, gran iberista, y actualmente el autor de esta reseña necrológica.