TORRES ALMENARAS (HUELVA)

RESUMEN

Para entender la necesidad que llevó a la construcción de las torres almenaras hay que remontarse al siglo XVI, concretamente al momento de mayor efervescencia del Imperio Otomano tras la caída de Constantinopla, cuando auspiciados por el Islam y el ingreso en sus filas de numerosos moriscos huidos de la Península; buenos conocedores de las riquezas del terreno, así como de los puntos débiles de sus costas, decidieron emprender importantes ataques piráticos.

Sus razias llegaron hasta Gran Bretaña, los Países Bajos e incluso Irlanda, si bien las costas más afectadas fueron las españolas, las italianas y las portuguesas, siendo su principal objetivo hacerse con el mercado de las Indias, y nutrir sus filas con esclavos cristianos. Sus ataques fueron tan virulentos, que amplios tramos del levante español quedaron completamente deshabitados, entre otras razones, porque se llegaron a capturar más de medio millón de personas, fundamentalmente mujeres.

Este contexto bélico propició que Felipe II mandase construir en la costa onubense un total de 40 torres, sólidas y de gran altura, donde se pudieran refugiar entre tres y cuatro hombres con la misión de dar señal de aviso si veían aproximarse barcos piratas, y en caso de ser preciso, recurrir a los cañones como medio de persuasión. No obstante, el proyecto nació viciado desde el principio, ya que se exigía a los señores que costearan su construcción, lo que iba en menoscabo de unos frente a otros al existir señoríos con un mayor número de kilómetros de costa, siendo el más afectado el Duque de Medina Sidonia, señor de Almonte y Huelva.

Entre las excusas argüidas para no hacer efectivo ese mandato, el señor de Almonte refería que la zona propuesta para su construcción se caracterizaba por ser extremadamente arenosa y carente de materiales constructivos, lo que obligaría a tener que traerlos de otras partes, encareciendo con ello los costos. Por su parte, los señores de Palos y Moguer, no creían que fuese necesario fortificar sus costas dada la extrema pobreza de sus villas, a lo que se unía su crisis demográfica, y la existencia de dos fortalezas aun en pie capaz de hacer frente al ataque de los piratas berberiscos.

Al señor de Huelva se le propuso la construcción de dos torres, una en la isla de Saltés y otra en la Cascajera, si bien, desde su planteamiento se vio la inutilidad de ambas construcciones, ya que la ciudad contaba con una importante defensa natural; la barrera de marismas que la precedían. Ante esta tesitura, el señor de Gibraleón, a quien le había correspondido la construcción de dos estructuras defensivas en el Portil y Punta Umbría, discutía que pese a que debían ubicarse en sus dominios, era el señor de Huelva el que más se iba a beneficiar de su existencia, al ser el que mayor rédito económico obtenía de la pesca, de ahí que tuviera que ser él quien las costeara.

Ante tal despropósito, una de las medidas emprendidas para paliar los gastos fue gravar la compra-venta del pescado, tanto fresco como salado, mediante la creación de un nuevo impuesto: la sisa. Se suponía que los comerciantes iban a ser los máximos beneficiarios de la construcción de estas estructuras al proteger las costas de probables ataques piráticos, no obstante, lo que se generó fue un submundo de contrabando destinado a saltarse el pago de este impuesto mediante la venta de pescado directamente en la costa, al margen de posibles controles.

En definitiva, del proyecto inicial, donde se contemplaba la construcción de 40 torres, se paso a 15 (Torre Canela, Torre el Catalán, Torre Arenillas, Torre de Punta Umbría, Torre del Oro, Torre Asperillo, Torre Higuera, Torre Carbonera, Torre Zalabar, Torre de San Jacinto, aún conservadas, y las ya desaparecidas de Torre de Jualianejo, la Torre de Saltés, Torre del Portil, Torre de Vacía Talegas y la Torre de Cabeza Seca), las cuales fueron construidas entre 1585 y 1608 con un presupuesto total de 62 millones de maravedíes.

Aunque no existen dos torres iguales, suelen presentar una primera planta maciza. En su interior es habitual que cuenten con un aljibe y una escalera de caracol para acceder a la parte alta o azotea, en algunas de las cuales es posible apreciar estancias que debieron de servir para acoger la artillería y el cuerpo de defensa. Pese a que la gran mayoría fueron construidos en espacios baldíos, junto a algunas de ellas se articularon estructuras aledañas como hornos, que significan que al calor de algunas de ellas se articuló un pequeño poblado, y caballerizas para la guardia.

 

La ineficacia de un sistema defensivo

En definitiva, su construcción demostró su inutilidad. Al no levantarse todas las estructuras defensivas propuestas, quedaron grandes espacios desprotegidos por los que poder penetrar. En cualquier caso, el tiempo demostraría que la extrema pobreza de sus villas, y el despoblamiento generalizado de la zona, harían de este paraje una plaza poco llamativa para llevar a cabo incursiones. En último término, las marismas, esteros y barras litorales, actuaron como auténticas fronteras defensivas.

 

SELECCIÓN BIBLIOGRÁFICA

Carriazo Rubio, J. L. y Cuenca López, J. (2004), Huelva, tierra de castillos. Diputación de Huelva, Servicio de Publicaciones.

Mora Figueroa, L. (2003, 2ª ed.), Torres de almenara de la costa de Huelva. Diputación Provincial de Huelva (Instituto de Estudios Onubenses “Padre Marchena”).