La investigación realizada por el Catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Huelva, David González Cruz, incide en el valor alimenticio que tuvo el vino de la provincia de Huelva en los viajes descubridores, ya que ofrecía el aporte de calorías necesario para el esforzado trabajo en el mar, al tiempo que se constituía en el sustituto perfecto cuando escaseaba el agua o se transformaba en putrefacta.

Precisamente, el diario de navegación de Cristóbal Colón dejaba constancia de que, después de seis meses de la partida del puerto de Palos, los únicos alimentos que garantizaban la supervivencia a los marinos eran el “pan, vino y ajes de las Indias”. En este marco, la documentación histórica indica la vinculación de la producción vitivinícola de las localidades portuarias del río Tinto, del Condado de Niebla, y de poblaciones como Manzanilla y Villalba a las primeras navegaciones al Nuevo Mundo.

Por otra parte, el estudio demuestra que la producción de caldos fue distribuida a través de las rutas atlánticas que comunicaban a los pueblos costeros con los países europeos; de este modo, Inglaterra, Irlanda, Flandes, Francia, Portugal e, incluso, Rusia se convirtieron en los lugares de destino de los barcos que cargaban el fruto de la vid en los puertos onubenses, a lo que no dejaban de contribuir las ventajas mercantiles ofrecidas por los nobles a los comerciantes extranjeros con el fin de favorecer los intercambios. Como precedente de este tráfico mercantil basta reseñar que el vino blanco de Lepe ya se conocía en las Islas Británicas desde el siglo XIV, tal como se reseñaba en los Cuentos de Canterbury.

Asimismo, la investigación constata que el litoral onubense se convirtió desde la Baja Edad Media en un lugar de destino o de escala en la ruta por la que circulaban las embarcaciones que partían del Cantábrico en dirección a Cádiz y Sevilla, puesto que en sus puertos hallaban refugio para sus navegaciones, así como la posibilidad de cargar vino y otros productos agrícolas. De este modo, los vascos y los navegantes gallegos en el tornaviaje (viaje de regreso) se llevaban los caldos del Condado de Niebla y de otras tierras señoriales del sur con el aliciente de especular con los precios del vino en las regiones septentrionales.

Por otro lado, las localidades vitivinícolas de la provincia de Huelva abastecieron en parte las necesidades del mercado sevillano, donde los vinos de Manzanilla y Villalba, especialmente, encontraban un canal de comercialización hacia el Nuevo Mundo en el siglo XVI, si bien la producción del viñedo de esta zona recaló en mayor medida en la Bahía Gaditana desde comienzos de la Edad Moderna, según los datos proporcionados por el impuesto del almojarifazgo. Posteriormente, este flujo mercantil se intensificaría en el siglo XVIII como consecuencia lógica del traslado de la Casa de la Contratación.

En síntesis, este trabajo de investigación, publicado por la editorial madrileña Sílex dentro de la obra titulada Andalucía en el Mundo Atlántico Moderno: agentes y escenarios, atestigua que el vino fue, en el territorio que ocupa la provincia de Huelva, un elemento relevante durante la Edad Moderna para la consolidación del proyecto repoblador tras la reconquista cristiana, un alimento imprescindible para las tripulaciones que realizaban las navegaciones oceánicas, un vehículo dinamizador de las transacciones mercantiles con los países europeos, un medio para garantizar recursos fiscales a las economías señoriales, un producto que contribuyó a la generación de interrelaciones entre los comerciantes extranjeros y los habitantes de los puertos del litoral onubense, un nexo propicio para los intercambios económicos y socioculturales entre estos lugares del Sur y otras regiones españolas, y por supuesto, una bebida  apreciada por las élites y por los paladares más exigentes de su tiempo, pero también por los grupos sociales populares.